Los peligros de nuestra Perestroika
“La última vez que la opinión publica chilena estuvo empoderada, influyendo en el curso de la historia, fue durante el gobierno de Allende”.
En mi columna del mes pasado, junto con celebrar la llegada de nuestra Perestroika, señalé algunos peligros, actualmente evidentes. El primero, es que el proceso sea neutralizado. Ya se habla de negociaciones para llegar a un acuerdo político de salvataje, lo cual sería vergonzoso. Otro peligro latente, es la transformación de los medios en verdugos. La prensa ha realizado una labor determinante en impulsar esta Perestroika. No obstante, crece la costumbre en algunos periodistas de explotar el sensacionalismo político para obtener pinches ganancias. Realizar denuncias al vuelo en base a rumores e intrigas, acusaciones sin respaldo, generando un manto de dudas sobre la honra de las personas, es una falta grave a la ética periodística.
Existe otro peligro: Nuestra Perestroika es también resultado de la presión pública, la toma de conciencia y del empoderamiento de la ciudadanía, especialmente, gracias al desarrollo de la redes sociales. No obstante, millares no se responsabilizan por sus opiniones. Tenemos la maldita costumbre de generalizar las acusaciones: “Todos los políticos, empresarios, curas o jueces son corruptos”. El problema con la generalización, además de ser injusta, es que mina la confianza en la democracia. Cuando la opinión ciudadana tiene peso político, y se pone a disparar a diestra y siniestra, puede tener consecuencias nefastas.
La última vez que la opinión publica chilena estuvo empoderada, influyendo en el curso de la historia, fue durante el gobierno de Allende. Por un lado estaba la opinión pública anti UP, que pedía a gritos el golpe militar, en tanto la izquierda gritaba por crear mayor poder popular. En ambos casos, irremediablemente, la voz ciudadana influyó en el actuar de la clase dirigente y, en consecuencia, en el trágico resultado de la historia.
Es importante expresar la frustración, exigir justicia y cambios en la forma en que actúa el poder político y económico, pero hay que hacerlo responsablemente. Las acusaciones generalizadas son una forma demagógica simplista de expresión, la cual además, desvía la atención sobre los verdaderos incriminados. Es necesario tener presente que cada opinión venenosa que se vierte contra la política y las instituciones, inevitablemente genera un sentido común ideológico corrosivo que terminará socavando la legitimidad democrática, y con ello, la propia libertad de expresión de la cual gozamos.