La mentira
Por Eduardo Arriagada
Por Eduardo Arriagada
En las redes se sigue insistiendo. “¿Por qué no nos ahorran el goteo de boletas, pagos ideológicamente falsos y cuentan todo de una? Igual se va a saber todo. ¿No?”, se preguntaba @gabibade. Porque va más allá de hacer lo correcto, se trata de diseñar una estrategia que tenga sostenibilidad.
Este verano asistimos a lo frustrante de la estrategia de la dilación. Peñailillo sigue siendo el ejemplo perfecto de lo que desgasta, en el contexto de las redes sociales, la popular estrategia de negar lo que todos ven. Ya no sirve zanjar el tema con un mensaje bien escrito explicando lo que no tiene explicación.
Lo nuevo es que hay un diálogo publicado. Y la gente puede volver una y otra vez sobre el detalle de lo injustificable. Los mensajes que antes conseguían dar vuelta la página, ahora son examinados con memoria minuciosa por la inteligencia colectiva que resulta de la conversación social “en medio de la plaza”.
Explicaciones de las asesorías verbales de Pizarro, los informes técnicos que comercializaba Martelli, el trabajo como abogado de Novoa o los almuerzos-charlas de Andrés Velasco, antes servían, ahora resultan patéticas.
Y esto no sólo afecta a los políticos. Por ejemplo, hay movimientos de sindicatos como el de Aduanas, que creen que pueden seguir imponiendo al Gobierno condiciones abusivas que consiguieron en épocas anteriores donde poco trascendía.
Muchos siguen atónitos ante la nueva realidad de las denuncias hechas en este nuevo contexto fruto de una permanente conversación entre afectados, fuentes y periodistas. Porque ahora el abuso en cualquier ámbito produce masivamente una conversación que va creciendo y creciendo.
Por eso la mentira no es buena consejera. Mentir siempre ha sido una mala lección, y se sabe que significa comprarse un futuro mal rato comunicacional. En USA, por ejemplo, las crisis presidenciales más serias tuvieron menos que ver con una acción indefendible cometida por una autoridad, que con la mentira con la que se trató de evitar la crisis asociada a la acción.
Por eso ya es hora de dejar de hacerse el que no va con ellos. Hay que empezar a asumir. Dar un paso al costado, reconocer la falta cometida y esperar con resignación al chapuzón social.