Cambio epocal
Por Hugo Eduardo Herrera
“El desafío de nuestro sistema es como en el centenario: una clase media masificada”.
Por Hugo Eduardo Herrera
Equivocadas son las cuentas que saca quien piensa que la baja de apoyo al Gobierno significará un incremento en las posibilidades de triunfo de la oposición. La pérdida de apoyo por los desaciertos gubernativos perjudica a la N.M., pero de ahí no se sigue que sus adversarios ganen las elecciones.
Ocurre que todos están perdiendo. No desde Caval y Penta, cuando todo, por cierto, empeoró: de antes, nuestra democracia está siendo afectada por un proceso de vastos alcances. Entre los factores más significativos está la irrupción de un nuevo pueblo en escena.
Hace más o menos cien años pasó algo parecido: entonces era el proletariado el que emergía por primera vez como actor social y político. La clase regente no supo qué hacer y el sistema se dio varios tumbos antes de lograr dar con interpretaciones capaces de contener y encauzar a la nueva ola, según un discurso e instituciones más o menos adecuados.
El desafío de nuestro actual sistema es parecido al del centenario: hoy nos encontramos con una clase media masificada, que pasó de alrededor de un 20 por ciento, a comienzos de los 90, a alrededor de un 50 por ciento de la población en 2009 (Banco Mundial, 2012).
Cambios de tal envergadura desestabilizan los sistemas políticos, pues los enfrentan a exigencias y contextos distintos a aquéllos para los que estaban diseñados. Los anhelos mutan, los deseos de bienestar y reconocimiento, las demandas al dispositivo educativo, al sanitario, al urbanístico, a la regionalización, son consideradas ahora por un pueblo que tiene más tiempo y experiencias comparadas a partir de las cuales reflexionar y criticar.
Las demandas aumentan, pero a la vez se vuelven más pertinentes, sofisticadas, “pequeño-burguesas” diría alguien con desprecio. Quizás, pero también más realistas y sustentadas en una ética específica, pues el ascenso ha sido forjado en jornadas de esfuerzo, en cursos vespertinos, en noches con poco descanso, con sueños despiertos, sueños de poco alcance quizás, no eran ya cambiar el mundo. Cambiar sí, uno mismo y dar mejores condiciones a la pareja y a los hijos que llegan en la mañana del sábado, temprano con los pies helados a la cama, el día en el que todos pueden estar juntos y tranquilos.
Esos, generalmente esforzados, son los que exigen. Saben mejor lo que exigen y tienen –sí que la tienen– fuerza y persistencia y aguante para exigir. Tal como una vez los proletarios, hoy un nuevo grupo de oprimidos, porque la clase media vive sus formas de opresión también (cuentas, cuotas, el miedo a caer nuevamente en la pobreza), con menos violencia pero muchos más medios, pone en crisis nuestro algo desvencijado buque.
Sólo políticos capaces de comprender los anhelos de este nuevo pueblo irrumpiendo, nos evitarán pasar por tumbos similares a los del año 25 en adelante.