Droga
Señor Director: No sé qué causa más temor en la población: la violencia desatada de los delincuentes, la incapacidad de la justicia para condenarlos o la simpleza con que abordan el tema los políticos y los medios. Se sigue buscando en la pobreza y en la desigualdad de oportunidades la explicación que haga reposar las […]
Señor Director:
No sé qué causa más temor en la población: la violencia desatada de los delincuentes, la incapacidad de la justicia para condenarlos o la simpleza con que abordan el tema los políticos y los medios. Se sigue buscando en la pobreza y en la desigualdad de oportunidades la explicación que haga reposar las neuronas frente al ascenso vertiginoso de la cantidad e intensidad de la violencia. Pareciera que es normal, en ese escenario, que bandas de adolescentes actúen con total descaro amparados en la impunidad jurídica de su edad. Así como hace años se hizo famoso el grito “it’s the economy, stupid” para explicar los cambios en las tendencias electorales, hoy hay que gritar, para ver si alguien se anima a atacar el problema desde su raíz, “it’s the drug, stupid”. No queremos reconocer que este flagelo social universal penetró a fondo la vida de muchos conciudadanos y de no pocas autoridades. Así como hasta hace pocos meses se negaba —soberbiamente— la posibilidad de que en Chile campeara la corrupción, hoy día nos resistimos a reconocer que nuestro país es tierra de consumo y de tráfico. La evidencia está a la vista; el análisis no se permite admitirlo; las autoridades no lo aceptan como el eje que explica esta espiral maldita. La violencia A.D. y D.D. (antes de la droga y después de la droga) tiene jugadores distintos, comportamientos distintos y efectos distintos, y —por lo tanto— requiere de estrategias, capacidades y herramientas policiales y judiciales distintas. No hace falta haber vivido en México o en Colombia para atestiguar esta dramática realidad. Y es que nos cuesta aceptar que podamos estar experimentando lo que esos países empezaron a vivir hace más de veinte años y que con distintas acciones han intentado definir distintos futuros. La recurrente percepción de que Chile queda al fin del mundo y que, por tanto, no estamos en la ruta del narcotráfico o bien de que nuestro país no manifiesta los índices de consumo de los países desarrollados son dos estupideces que ya no admiten excusas ni resisten análisis. O las autoridades aceptan que la droga ya nos alcanzó (hace tiempo, además) o seguiremos jugando al país donde no pasa nada, mientras cada día más ciudadanos alcanzan a balbucear, después de ser violentamente agredidos, “es la droga, estúpidos”.
Rodolfo González Gatica