La buena fe no basta
Por Rodolfo González Gatica
Por Rodolfo González Gatica
Sucede a diario: El estudiante que saca un torpedo para tener mejor calificación en la prueba. El universitario que se apoya en una aplicación tecnológica para aprobar una materia. El cónyuge que se permite una licencia justificando espacios de libertad. El cajero de un restaurante que cuela, en la cuenta, un par de productos no solicitados para incrementar el valor del ticket. El transeúnte que evade el pago del pasaje. El conductor que acelera sobre el límite de velocidad permitida en la carretera. El consumidor que se traga, sin pasar por caja, una botella de agua entre los pasillos del supermercado. El automovilista que estaciona en zona restringida para quedar más cerca del destino. El hijo que miente respecto a una situación para obtener un permiso. El político que recibe con gusto una dádiva por una gestión que realiza. El contribuyente que omite reflejar ingresos en su declaración de impuestos. El funcionario público que sugiere que hay maneras más rápidas de obtener ese certificado de trámite engorroso.
Podríamos seguir con un relato casi infinito de conductas humanas caracterizadas por tres factores comunes: son actos reñidos con la ley o con las buenas costumbres, que se ejercen buscando un triunfo o resultado temporal de corto plazo y que se realizan con frecuencia mientras no sean detectados y sancionados. Cobijados en la moral de “no pasa nada mientras no me pillen”, la trampa ha ido migrando a un verdadero concierto para delinquir, amparado en la impunidad que da el poder, condimentado con dos ingredientes adicionales: se niegan de manera tan enfática como hipócrita hasta que la evidencia se impone y se justifican las acciones diciendo que ahora la sociedad exige estándares éticos más elevados.
Entonces cabe el cuestionamiento de tantos honestos indignados: ¿es posible que existan personas e instituciones que alcancen sus fines lícitos utilizando sólo medios lícitos? ¿O es condición inherente al modelo de actuación de estos tiempos el tener que hacer trampas para obtener triunfos? Hay que volver a demostrar que la línea recta —la rectitud— sigue siendo la distancia más corta, sana y efectiva entre dos puntos humanos. Es el único camino para recuperar la confianza. Y los extremos de esa línea ética recta son los ideales y valores por un lado y los controles por el otro. La buena fe no basta.