La mejor educación cívica: el ejemplo
“Un curso de educación cívica es agregar una asignatura más al ya recargado marco curricular”.
Las voces más recurrentes promoviendo el restablecimiento de una asignatura de educación cívica (hoy día llamada formación ciudadana), han provenido del mundo político, especialmente de los parlamentarios. Cada vez que sale una encuesta sobre jóvenes que muestra el bajo interés juvenil por los asuntos públicos, surge una especie de desesperación colectiva por volver a tener un curso de educación ciudadana en 3º y 4º medio como el que tuvimos las generaciones anteriores, supuestamente mejor formadas.
Ello revela que, durante años, los parlamentarios han pasado por alto los informes técnicos que han mostrado instancias en el currículum para que los estudiantes tengan oportunidad de desarrollar valores cívicos, sentido de pertenencia a su país, a sus comunidades, a sus regiones y conciencia de ser ciudadanos globales. Hay también innumerables oportunidades en todos los niveles y diversas asignaturas para que los estudiantes conozcan sus derechos, lamentablemente muchas más de las que se dedican a la formación de sus responsabilidades como ciudadanos. No en vano pasamos de una cultura autoritaria a una cultura donde lo que más se resalta son los derechos, especialmente los individuales. También hay múltiples espacios para aprender acerca de las instituciones políticas, el funcionamiento de la democracia y el desarrollo de la sociedad. Entiendo la necesidad de apoyar a los docentes para poder implementar estrategias atractivas para los estudiantes, pero el déficit no es curricular.
No obstante, el reclamo de la elite política (porque no digamos que es un reclamo generalizado), ha culminado con la decisión del gobierno de volver a tener un curso de educación cívica al más puro estilo tradicional. Desgraciadamente, más que resolver el problema, vamos a tener una nueva asignatura parcializada al ya recargado y disgregado marco curricular que, en la enseñanza media, llega a doce o trece sectores de aprendizajes, mientras las naciones con mejores resultados educativos no tienen más de ocho.
Si queremos formar a nuestros jóvenes en las virtudes cívicas y el compromiso ciudadano, el camino principal es el ejemplo de los representantes de la ciudadanía a través del respeto irrestricto a las instituciones democráticas, un estilo sobrio y desprendido en el ejercicio del poder, la mirada puesta en el bien común más que en el beneficio propio, abusando de la función que la soberanía popular les ha otorgado. Se echan de menos las virtudes republicanas que hicieron generalizadamente respetables a nuestros políticos y funcionarios públicos, que hicieron de nuestro país una nación destacable por su probidad.