Las constituciones no son para siempre
Por J. Ignacio Núñez Leiva Investigador Facultad de Derecho UFT Ulises debía pasar cerca de una isla poblada de sirenas en su viaje de regreso a Ítaca. Ellas eran famosas por emitir un dulce canto que cautivaba a los marineros y los inducía a aproximarse a su isla. Una vez cerca, aturdidos por su irresistible […]
Por J. Ignacio Núñez Leiva
Investigador Facultad de Derecho UFT
Ulises debía pasar cerca de una isla poblada de sirenas en su viaje de regreso a Ítaca. Ellas eran famosas por emitir un dulce canto que cautivaba a los marineros y los inducía a aproximarse a su isla. Una vez cerca, aturdidos por su irresistible canto, los navegantes encontraban la muerte en sus fauces.
Ulises fue advertido y sabiéndose débil, diseñó una estrategia para sortear el peligro. Hizo que sus marineros lo ataran al mástil de la nave y se taponaran los oídos con cera. Les ordenó, además, que no lo desatasen aunque él lo pidiera mientras permanecieran cerca de la isla. Sin embargo, muy astutamente, él no cubrió sus oídos, pues además de queres escuchar la melodía, necesitaba saber cuándo había cesado el peligro.
Este plan se parece mucho al de redactar una Constitución. A ella se le atribuye un valor especial por sobre el resto de las reglas que organizan la vida en sociedad, de tal forma, que ninguna ley puede contravenir lo dispuesto ahí. Los pueblos “atan sus manos” a un mástil que llaman Constitución, para evitar caer en la tentación de agredir aquello que en un momento se quiso resguardar.
Sin embargo, se debe tener presente que el astuto plan de Ulises es diseñado y ejecutado por él mismo y tiene una duración determinada. Es Ulises, quien tiene certeza de que durante un periodo de tiempo será capturado por la irracionalidad, pero que una vez superado ese episodio, debe continuar definiendo el rumbo de su nave con sus manos desatadas del mástil.
Por eso, una Constitución no puede ser eterna. Porque en la práctica no sólo limita la libertad de quienes la crean, sino también la de generaciones posteriores.
Los pueblos deben tener conciencia de que son dueños del derecho a revisar, modificar e incluso cambiar sus constituciones. Porque las generaciones pasadas no son necesariamente más racionales que las presentes o las futuras. Porque las necesidades cambian con el paso de los años y las estrategias de antaño no son siempre útiles para los desafíos de hoy. Y, porque el protagonista de esta fábula, como buen capitán de un navío, sabía que mientras algunos momentos demandan atarse de manos para evitar peligros, en otros es indispensable tener las manos libres para corregir el rumbo de la nave. Especialmente cuando los acontecimientos así lo requieren.