Cambio de perspectiva
“Me interesó mucho la mirada amplia, bien informada, sensible, de Niall Binns sobre la poesía chilena de todos los tiempos”.
No cambian los libros, no cambian las novelas, los poemas, los grandes ensayos, pero cambian las lecturas. Cada época lee de una manera diferente. Cada época inventa, a su modo, un espacio literario propio, con su aire y con sus reglas de juego particulares. Niall Binns, en los cursos de la universidad de verano de Santander, nos dice que los dos grandes poetas de Chile son Alonso de Ercilla y Rubén Darío. Niall, escocés de pura cepa, vivió parte de su juventud en Chile, en compañía de sus padres, y aterrizó hace algunos años en una cátedra universitaria madrileña. Es un enamorado de la poesía chilena de todos los tiempos. Nos habla de Alonso de Ercilla, de Pablo Neruda y Vicente Huidobro, de Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Teófilo Cid, Eduardo Anguita, Diego Maquieira, entre muchos otros.
El único inconveniente de su explicación es que Ercilla era español, nacido en Madrid y de familia de Bermeo, en el norte de España, y Rubén Darío, como todos saben, era de Nicaragua. Ercilla se encontró con el sur de Chile en los años de la conquista, en pleno siglo XVI, y quedó conquistado por el esplendor de la naturaleza y por la valentía de los combatientes araucanos. Rubén Darío vivió en Valparaíso en las últimas décadas del siglo XIX y publicó ahí uno de los libros claves del movimiento modernista, Azul. Según Binns, tenía sentimientos aristocráticos y se creía marqués de un reino que él mismo había inventado. No sé si estoy de acuerdo con este retrato, donde no falta la pincelada imaginaria. Darío escribió: “Soy indio momotombo, pese a mis blancas manos de marqués…”.
Entre los poetas de nuestros comienzos como nación moderna, el único chileno auténtico, no mencionado en estos cursos de verano, es Pedro de Oña, el autor de “Arauco domado”, que había nacido en Angol de los Confines, la ciudad más austral del mundo conocido de ese tiempo. Era un notable poeta. Sus octavas reales, réplica de las de Alonso de Ercilla, son extraordinarias, espléndidas, pero nadie conoce a su autor en Oña, la ciudad cántabra de sus antepasados, ni en Angol, la de su complicada juventud en medio de las guerras entre españoles y mapuches. Tomó en su poema el lado del Imperio Español, y podemos suponer que fue víctima de su incorrección política. Conozco el problema y tiendo a sentir simpatía por este primer poeta chileno. Como vivía en el centro del escenario bélico, entre batallas y malones araucanos, tenía un miedo bastante explicable, y prefirió emigrar y refugiarse en los recovecos de la administración virreinal limeña. Conservó, sin embargo, una enorme nostalgia de los paisajes del extremo sur de Chile y quizá, pese a todo, de la vida en esa parte del mundo. No tenemos en el Chile de hoy un José Toribio Medina, aunque no nos faltan los historiadores de calidad, y sabemos muy poco sobre nosotros mismos. Es un síntoma de nuestra debilidad, de nuestro subdesarrollo de fondo.
Me interesó mucho la mirada amplia, bien informada, sensible, de Niall Binns sobre la poesía chilena de todos los tiempos. Es un profesor que sabe mucho, que tiene un sentido agudo del humor, detalle no frecuente, pero su perspectiva me pareció, quizá, demasiado anglosajona. El gran precursor de la modernidad en poesía, para él, es Walt Whitman. El joven Neruda era, sin duda, whitmaniano, como lo era el uruguayo Carlos Sabat Ercasty, poeta de verso libre y cuya influencia era notoria en muchos chilenos de los años veinte del siglo pasado. Pero hay una influencia en el Neruda joven del simbolismo francés, de los “poetas malditos”, de Jean-Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire, que no podemos dejar de lado. Mallarmé y Guillaume Apollinaire son, a su vez, influencias determinantes en la obra de Vicente Huidobro.
Joaquín Edwards Bello contó en una de sus crónicas que había estado en la casa de Huidobro en el barrio de Montmartre, en París, hacia el año 1919, y que había un poeta de cabeza vendada, herido de guerra, autor de caligramas, acompañado de una señora de pechos opulentos y perlas en el escote. “Trepanado al cloroformo” escribió Apollinaire en un célebre autorretrato de esos días. Agrego el elemento afrancesado y creo que la descripción de la vanguardia poética chilena que se ha hecho en estos días resulta más completa.
Por ejemplo, Enrique Lihn y Jorge Teillier eran lectores apasionados de poesía francesa. Armando Uribe Arce leía a prosistas extravagantes, del estilo de Paul Léautaud, y a poetas franceses e italianos. Había toda clase de vasos comunicantes, de resonancias internas. El encuentro de Santander me ha convertido en lector de nuevos poetas y nuevos narradores. Dejaré el tema de los nuevos narradores para una crónica futura, con lo cual mis días futuros estarán plenamente ocupados.