El último truco de la noche
“La sensación que está quedando sobre el realismo sin renuncia de la Presidenta Bachelet huele a prestidigitación”.
Por Francisco Belmar Orrego
Investigador Fundación para el Progreso
Los magos reales, que paradójicamente dicen no hacer más que trucos, nos han explicado cómo los charlatanes leen la mente. Para hacerlo, explican, no hay que tener más que una simple habilidad para obtener información desde un diálogo cualquiera. A medida que se conversa con la víctima, ella entrega datos que dan indicios al mentalista. Entonces, él se adapta a lo que le dicen y crea la ilusión de que pudo leer los pensamientos. Todo eso, claro está, condimentado con una actuación que entrega drama al invento.
La sensación que está quedando sobre el “realismo sin renuncia” de la Presidenta Bachelet huele a prestidigitación. Esto porque después de los anuncios del ministro Valdés y el lanzamiento de un simplista “todos x Chile”, el ejército de técnicos e intelectuales del oficialismo ha ido echando pie atrás en su convicción respecto del financiamiento de las reformas y el cumplimiento del programa político.
Hace dos años y medio, el juego fue fácil. Un Sebastián Piñera cada vez más herido en las encuestas y una Bachelet con un alto porcentaje de aprobación dejaban claro que para la Nueva Mayoría ganar era fácil. Bastaba con plegarse a los efímeros movimientos sociales para patear al muerto en el piso y salir jugando. Hoy, ya no es así. Los movimientos sociales no aparecen y no dictan la pauta, las encuestas dan cifras extrañas respecto de la aceptación de las reformas y la desaceleración económica –de cuya llegada siempre se supo- tiene al gobierno en las cuerdas. Para salir de ahí, se recurre a un juego de manos, a una ilusión, a un cambio de planes, a un realismo sin renuncia.
Tal como los profetas de calle, los intelectuales gobiernistas –más bufonescos que cínicos- se han esforzado por adaptar su discurso a medida que la situación se torna en su contra. Nos hacen pensar que son sinceros, que se equivocan y reconocen sus errores. Se vuelven humildes cuando ven la derrota acercarse. Aprovechando la poca memoria, y olvidando su vieja sordera, dicen estar escuchando a la ciudadanía y apelar al diálogo con su contraparte. Se presentan penitentes, cuando con anterioridad abusaron de la certeza, del estudio comprobado, de lo que el establishment académico establece como verdadero y de taparse los oídos frente al adversario político. Esto porque aunque ahora digan lo contrario, la forma en que concibieron sus reformas fue fruto del voluntarismo. Un capricho planificador que solo revela su obsesión por el orden.