La desconexión
“Esta autonomización del espacio político no es el resultado de voluntades deliberadas y mezquinas”.
En las últimas semanas han arreciado las críticas a la política activa y profesional, bajo el cargo de distancia irremediable con esa entelequia llamada gente y que, en teoría democrática, conocemos como pueblo. Las razones son múltiples y las formas de desconexión muy variadas: desde una solapada indicación por parte de legisladores neomayoristas y de derecha en orden a permitir la contribución de empresas a la política en un país ahogado por el escándalo, hasta acusaciones destempladas dirigidas a diputados jóvenes por haber sugerido la idea de disminuir las dietas parlamentarias (chiquilladas explicables por haber recibido mesadas hasta hace poco, según un ilustre senador). ¿Cómo explicarlo?
Pues bien, esta desconexión es propia de un espacio en el que sus habitantes se han autonomizado de los mandantes, y que mucho tiene que ver con procesos de profesionalización de la política que no se explican fácilmente. Lo singular es que esta autonomización del espacio político no es el resultado de voluntades deliberadas y mezquinas, puesto que ocurre con la complicidad de todos nosotros cuando actuamos como electores, reeligiendo a nuestros representantes. Se trata de un proceso histórico de muy larga duración, el que se manifiesta desde hace tiempo en Chile, mediante ideas y propuestas que, miradas fríamente, ya eran extravagantes en su tiempo. Pensemos tan sólo en la extraña propuesta de reemplazo de parlamentarios fallecidos que fuese formulada en 2008 por los senadores Vásquez (PRSD), Bianchi (ind) y Ruiz-Esquide (PDC), sugiriendo muy en serio que sea el mismo legislador, en vida, quien delegue a “alguien” por la vía del testamento la representación del cargo en una hipotética vacancia. Y sucede que ese “testamento de los incumbentes” (como lo llamé en una columna publicada en este mismo medio en 2008), fue seriamente considerado por tres miembros de la Cámara Alta, y no recuerdo haber percibido sonrisas ni críticas de parte de sus pares.
La verdadera pregunta es por qué personas sensatas, pero habituadas a vivir en el campo y de sus gratificaciones, pueden permitirse alegar de buena fe ideas que desafían el juicio de realidad, en este caso popular. Si bien se pueden introducir reformas en la actividad política con el fin de elevar su calidad, es una peligrosa ilusión siquiera imaginar que es posible terminar con la desconexión: es probable que sí lo sea con sus formas más aberrantes, pero no con sus expresiones más cotidianas. En el capítulo 5 de Sense8, la última serie original de Netflix ideada por los hermanos Wachovski, dos de sus protagonistas dialogan precisamente acerca de la distancia entre personas que se conectan entre sí pero que no se conocen, y concluían que “lo imposible está a un beso de la realidad”. En política, la distancia entre beso y realidad es kilométrica, socavando la relación de representación.