Los trenes de la historia
“La historia zigzaguea, se mueve y vacila, emprende un camino y si lo encuentra cerrado, abre otros”.
Por Fernando Balcells
El “realismo sin renuncia” es de esos relatos exangües que agotaron sus posibilidades movilizadoras en su propia enunciación. No dice nada, pero gana tiempo valioso. Nos hace bien una demora y una pausa reflexiva para despejar los sinsabores y definir sobre qué historia queremos conversar. Hemos perdido de vista la imaginación histórica porque hemos dejado irse los trenes y con ellos el imaginario viajero de los chilenos.
A pesar de lo que nos han contado, la historia no va para adelante. No avanza hacia la pequeñez de los espacios ni hacia la aceleración constante de los tiempos. No hay nada inexorable en el progreso. Tampoco la historia va para atrás como quisieran hacernos creer los profetas horrorizados de la decadencia o los nostálgicos del buen salvaje. No retrocede hacia una mayor pobreza, no se expande en el uso de la razón ni en la difusión del conocimiento.
La historia zigzaguea, se mueve y vacila, emprende un camino y si lo encuentra cerrado, abre otros. Lo que es verdad es que nosotros la contemplamos como pasado y la adivinamos como futuro y, en ambos movimientos de la mirada, la reducimos a cuentos anacrónicos.
La historia no está determinada ni por el aumento de la población, ni por las migraciones, ni por la inmensa inventiva de la humanidad, ni por el libro de un destino terminado apenas empezó a ser escrito.
La historia —no sólo el crecimiento económico— y los cambios tecnológicos pueden multiplicarse o ralentizarse, porque ellos no dependen del conocimiento, sino de nuestra capacidad de administrarlos socialmente. No somos los dueños de la historia, pero no somos ajenos a las grandes líneas en las que se embarca. No sabemos de antemano si iremos en la dirección concentracionaria temida por Orwell o si caeremos en el mundo feliz de Huxley. Tal vez los rodeos que damos nos lleven a un nuevo aire de lo cercano, de la artesanía y las libertades. Pero eso no dependerá de los buenos deseos, sino de la capacidad de esa economía para satisfacer las necesidades de bienestar y las ambiciones de aventura y creatividad de las personas.
El realismo dice que no hay historia, que no hay sociedad, que los trenes son nostálgicos, que la imaginación debe dejarse llevar por la tecnología y que la técnica debe inclinarse por la velocidad. En el cuento realista no hay renuncia en dejarse llevar. Saltamos del tren desde lo imposible a lo que está dado.
Creemos dar un salto a la seguridad, pero saltamos al silencio. Lo que es posible es opuesto a lo que está dado. Lo dado es el mínimo de lo posible y en cambio lo posible es el estiramiento del máximo; un salto que sale de lo dado, que se toca, se mira y se mueve hacia lo impensado.
La política que nos saque de la uniformidad de lo establecido no puede ser pasiva. Ella implica hacerse cargo de este salto y no olvidar las reformas necesarias, que se alojan en la historia, pero que pueden ser ahogadas en su sueño por los cuidados excesivos del sacristán.