Reformas inevitables
“La reforma laboral trata de abordar un problema que en el largo plazo es clave”.
Desde que la Presidenta Bachelet realizó el anuncio sobre la gradualidad de sus reformas se abrieron todo tipo de especulaciones sobre el alcance de sus palabras. Sin embargo, hay algo en esta discusión que muchos parecieran olvidar y es que las reformas planteadas, en cualquiera de las versiones que pudiésemos debatir, resultan estructuralmente indispensables si es que genuinamente pensamos en los próximo 40 años.
Si es verdad que tanto Gobierno, oposición, empresarios y trabajadores desean hacer de éste un país desarrollado y salir pronto del peligroso tránsito de país de ingreso medio, es evidente que la reforma educacional resulta esencial. Con indiferencia de los modelos que cada uno tenga, el elemento común de las experiencias exitosas es que sin reestructurar el sistema educacional, especialmente el escolar, sencillamente no hay desarrollo posible. Si a inicios de 2014 muchos padres apoyaban la reforma a la educación pública, hoy tras el paro docente bastantes tienen dudas, sencillamente porque fue capturada por un grupo de interés. Este es el riesgo que corre toda reforma de relevancia y que, en muchas ocasiones, define su destino final.
Lo mismo sucede en materia previsional y de salud. Nadie sensatamente puede poner en duda algo que los datos demuestran de modo categórico. Chile envejece, la esperanza de vida aumenta y la tasa de natalidad disminuye, lo anterior tendrá impactos en materia de costos en previsión, si es que las actuales pensiones no cubren sus mínimos, y también en costos sanitarios. La propia estructura demográfica del país hace que esas dos sean reformas fundamentales para el ciclo que viene.
De igual modo, la reforma laboral —con indiferencia de la interpretación que exista sobre sus alcances— trata de abordar un problema que en el largo plazo es clave, y es cómo lograr relaciones cooperativas entre trabajadores y empleadores, en donde el pacto para aumentar la productividad es básico para el bienestar de la sociedad. Una respuesta plausible es fortalecer a los sindicatos como interlocutores legítimos de diálogo.
Mientras frente a nuestros ojos el mundo cambia, las relaciones cotidianas se transforman por medio de la tecnología, las personas se vinculan en redes de todo tipo al margen de instituciones formales y existe un cierto consenso de que necesitamos adecuar el Estado de modo significativo si queremos alcanzar el desarrollo, lograr un acuerdo sobre ciertas reformas estructurales para las próximas décadas —no para la próxima elección— es prioritario. Obviar algo tan elemental como esto, puede ser el origen de una frustración que comprometa irresponsablemente a las próximas generaciones.