Segunda mirada: Camino sin vuelta
Viene del latín. “Viaticum” le decían los romanos al dinero e insumos necesarios para un viaje (en esos tiempos corrías riesgo de que fuera el último). El término, dicen, deriva de “vía”, o camino en el mismo idioma; en parte de ahí vendría “viaje” (aunque en su origen también algo tuvo que ver el vocablo […]
Viene del latín. “Viaticum” le decían los romanos al dinero e insumos necesarios para un viaje (en esos tiempos corrías riesgo de que fuera el último). El término, dicen, deriva de “vía”, o camino en el mismo idioma; en parte de ahí vendría “viaje” (aunque en su origen también algo tuvo que ver el vocablo catalán “viatge”). “Viaticum” se aplicaba, además, a las monedas romanas de menor valor, las que —así como lo hacían los griegos con las “obolus”— se ponían bajo la lengua y sobre los ojos de sus muertos, para que las almas le pagaran el pasaje a Caronte, el Barquero del Infierno. O sea, otro viaje sin vuelta.
De dicha tradición vino el sacramento antiguamente conocido como “viático”, la última comunión que se le da a los moribundos. Toda esta lata etimológica, a propósito de un nuevo hito en la historia ilustrada de nuestro país: el fin del doble viático que nuestros legisladores cobran por sus visitas al extranjero. Que lo hayan silenciado tanto tiempo, como si fuera un derecho adquirido ad eternum, indica que acá —otra vez— estamos ante un peligroso viaje sin pasaje de regreso.
Alcalde de Sucupira