Violencia en el parto
Por Pablo González
Director CSP Ingeniería Industrial, U. de Chile
“Los niños vienen al mundo con violencia, en un sistema que ha medicalizado el nacimiento convirtiéndolo en patología”.
Por Pablo González
Director CSP Ingeniería Industrial, U. de Chile
El fin de la violencia contra los niños y las mujeres parece ser una natural próxima etapa, sobre la cual se han dado algunos tímidos pasos. A veces esos momentos cruciales toman la forma de una ley, como el caso de las leyes de voto, educación y abolición de la pena de muerte. Entre el escándalo y el dolor por la muerte absurda de estos días, entre el malestar, el abuso y la desconfianza de estos años, ha pasado casi inadvertido un proyecto de ley que apunta en el mismo sentido: el de prohibición de la violencia obstétrica.
Hoy, los niños vienen al mundo con violencia, en un sistema que ha medicalizado el nacimiento convirtiéndolo en patología. La mujer y el niño ya no son el centro de un proceso que en la antigüedad fue sagrado. El trauma del nacimiento es un mito creado por la industria para su propio beneficio, generando miedo en las mujeres e incrementando la hormona cortisol durante el parto, lo que a su vez hace que éste sea más doloroso. En la mayoría de los casos, la mujer que no tiene miedo y está acompañada y sostenida con amor y respeto puede vivir la experiencia de parto como un momento trascendental en su vida, todo lo contrario a un hecho traumático al que hay que temer. Aunque una minoría de los nacimientos requiere intervención médica, por el contrario, en Chile se utilizan profusamente intervenciones que según la Organización Mundial de la Salud están indicadas sólo en casos de verdaderas complicaciones médicas, tales como ocitocina sintética, episiotomía, y cesárea. Incluso, se usan intervenciones que se sabe son perjudiciales como la maniobra Kristeller.
El problema tiene que ver, en parte, con los escasos recursos del sistema público. Esto ha generado la decisión de utilizar “eficientemente” las limitadas salas de parto (ya no tan limitadas por la caída de la natalidad, pero que resulta difícil de cambiar por la inercia de las prácticas). En el sistema privado de salud prima el afán de lucro con un exceso de partos programados y cesáreas, e inducciones para hacerlo más rápido y rentable, sin olvidar el uso profuso de medicamentos promovido por la industria farmacéutica, en la mayoría de los casos totalmente innecesarios, además de riesgosos. Este negocio y esas malas prácticas se mantienen por un abuso sistemático del poder —tal como ocurre en toda violencia—, en este caso originado en la asimetría de información entre médico y paciente y en la vulnerabilidad de la mujer en trabajo de parto.
Sueño en un mundo donde las mujeres son respetadas al dar a luz. Los niños nacen rodeados de amor, en un ambiente de armonía, desde el útero al pecho materno. Los medicamentos y los médicos aparecen solo cuando son necesarios y mantienen un espacio de respeto.