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Corredor de fondo

Por Roberto Merino

Publicado el 04/09/2015

Por Roberto Merino

Entre las virtudes de Rodrigo Valdés quizás la principal sea su capacidad de generar confianza, y ya sabemos que el mercado, esa especie de paciente neurótico, es muy susceptible a las incertidumbres. Explayándose sobre responsabilidad fiscal, el flujo de capitales o la importancia de la huelga efectiva, Valdés lo hace con el énfasis justo, con la seguridad del que sabe sus materias por experiencia. Mientras habla los ojos se le fijan en un punto lejano. Esos ojos hundidos en las cuencas y las mejillas enjutas le dan un aspecto levemente místico. Al revisar sus fotografías uno piensa en las figuras de “El entierro del Conde de Orgaz”, la pintura de El Greco.

La característica flacura de Valdés es un rasgo reciente. Hasta fines de los años 90 pesaba más de cien kilos. Era el Gordo Valdés. Con una voluntad de disciplina feroz, estando en Estados Unidos se puso a correr y no paró más. Se convirtió en runner y así llegó a adoptar su complexión actual. Con similar resolución venció, tras meses de esfuerzo, su propensión a hablar en términos estrictamente técnicos, lo que le restaba efectividad mediática al contestar con argumentos cerebrales problemas viscerales. Aprendió el lenguaje de las cuñas, de los “conceptos-fuerza”, siempre cuidándose de expresar a través de ellos ideas concretas. Dicen que sabe escuchar y que, a pesar de sus conocimientos, no se reserva jamás la última palabra. Cree en el diálogo no como eslogan sino como instrumento. Alguien lo define como un técnico a ultranza, pero con sentido político. Experto en macroeconomía, prefiere desempeñarse en el sector público antes que en el privado.

Los que lo conocen bien destacan su sentido de la ironía. En uno de los bancos por los que pasó solía reírse discretamente de lo que consideraba la lengua versallesca de la burocracia. A los encargados de informática, les decía, tras oír sus explicaciones: “Ustedes me han enseñado que las plataformas tecnológicas nunca se caen. Este es el mundo ideal. Me encanta estar aquí”. El sistema llevaba dos días caído.

Jorge Edwards

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