Crisis VII: El delicado equilibrio
Por Hugo Eduardo Herrera
“Ni el liberalismo economicista de parte importante de nuestra algo brutal derecha ni el estatismo son modos de hacerse cargo adecuadamente de nuestra crisis”.
Por Hugo Eduardo Herrera
La crisis profunda que estamos viviendo se debe a un desajuste entre las pulsiones y anhelos populares y la institucionalidad política y económica. Estado, mercado y nación son los tres conglomerados que inciden en ella.
Del modo en que el mercado opera en Chile es criticable: su oligopolización, su poca eficiencia, la desigualdad que ha generado. Abolir el mercado o debilitarlo en exceso, no es, sin embargo, una opción legítima.
Nos hallamos ante una tensión que debe ser mantenida como tal. Un mercado sin límites razonables es problemático, pero un mercado muy débil importa que la esfera político-estatal se amplía excesivamente y, con ello, el poder total del Estado asoma y se instala.
La concentración de poder en el Estado incrementa las posibilidades de abuso. Además, desaparece o se debilita el ámbito privado. Éste no es simplemente el campo de los meros caprichos, sino una dimensión legítima, en la cual los seres humanos alcanzamos una parte irreductible de la felicidad, aquella que requiere tiempos y espacios fuera de los ambientes de coacción, deliberación y negociación propios de la esfera pública. En ella tienen lugar vivencias afectivas, estéticas, y el pensamiento y la reflexión más detenidos, que permiten evitar, de su lado, que lo público devenga en palabrería. Hay una profundidad de lo privado sin la cual la publicidad termina coincidiendo con superficialidad.
Ni el liberalismo economicista de parte importante de nuestra algo brutal derecha (que entiende por ejercicio de renovación ideológica insistir en libertad personal y orden público), ni el estatismo, que busca ampliar la politización mediante un programa de simple desplazamiento del mercado, son modos de hacerse cargo adecuadamente de nuestra crisis.
La tensión –insisto– ha de ser conservada, pues es menester alcanzar un delicado equilibrio, el punto esquivo en el cual el poder del mercado está atenuado y de tal suerte que existe libre competencia y no oligopolio, las diferencias entre los más ricos y los más pobres alcanzan grados sensatos y las capacidades de los más pobres en los asuntos fundamentales –educación, salud, vivienda– no son sólo nominales. Un punto esquivo, porque se trata, también, de que la intervención de la lógica y el poder de la política y el Estado no hagan sucumbir, por concentración, la libertad de disentir, ni la esfera donde tienen lugar legítimas experiencias de felicidad humana, donde mismo también es posible la reflexión que se aleja del parloteo.
Los griegos hablaban de una idiotez privada, la del incapaz de pensar en lo común. Si –cual decía Blake– “generalizar es ser un idiota”, también hay una idiotez de lo público: de quienes deliberando en asamblea dejan de atender ya a la infinita singularidad de la existencia y a los equilibrios sutiles de los que depende su despliegue.