Dickens en Santiago
Por Luis Cordero Vega
“La política sólo tiene sentido si somos capaces de garantizar una dignidad básica en una sociedad plural”.
Por Luis Cordero Vega
Nos negamos a mirar la miseria. No sólo por lo que representa en la degradación del ser humano, sino que, sobre todo, porque nos interpela directamente en nuestra conciencia. Dickens reflejó la realidad de una época en donde la estratificación social omitía la existencia de la pobreza y de los excesos del poder que se generan en su interior, sencillamente porque nadie se atrevía con ella. Un lugar en donde el abuso era parte de las reglas que deben aceptar quienes tienen apenas para sobrevivir.
Hace pocos días sucedió en nuestro país una historia propia de una novela de Dickens. La Municipalidad de Santiago desalojó y clausuró por razones de seguridad —peligro de incendio— un inmueble de 1928, comúnmente denominado como Aillavilú. El desalojo se realizó con tranquilidad según la prensa, pero lo peor estaba por conocerse. En ese lugar, que tenía sólo 16 departamentos, vivían 329 inmigrantes, especialmente mujeres con niños, en condiciones infrahumanas. La densidad por cada uno de los departamentos era evidente, había habitaciones en donde la luz no existía, los alcantarillados solían sobrepasar su capacidad e inundar el lugar, las lluvias eran tan intensas adentro como en la ciudad, y se aprovechó todo espacio del lugar, incluidos los pasillos, para cobrar por cada centímetro.
Sus principales dueños, que viven en el sector oriente, arrendaban esas habitaciones a inmigrantes, los que, sin contrato de trabajo o regularización de sus antecedentes migratorios, no podían alquilar en otro lugar y, por lo tanto, debían aceptar casi en silencio las condiciones degradantes que les proporcionaba ese inmueble. El día antes del desalojo —sabiendo que éste ocurriría— se cobraron las rentas a las familias, y con ello se mostró de modo radical el desprecio por el ser humano, un egoísmo que no admite siquiera compasión.
Luego de la clausura, los chilenos entrevistados se manifestaron conformes con la medida, pero no por el riesgo para las familias, sino por lo que para ellos representaban: personas de “mal vivir” y “poca cultura”, esas nefastas palabras que suelen ocupar los xenófobos.
Esto no sucedió en 1839, en el Londres victoriano de Dickens. Fue en Santiago de Chile, el último día de agosto de 2015. Mientras nuestros debates públicos se han concentrado en la crisis de la política, estas historias nos debiesen ayudar a pensar que ésta sólo tiene sentido si somos capaces de garantizar una dignidad básica en una sociedad plural. Las familias de Aillavilú no esperaban otra cosa que buscar una vida digna hacia el futuro. Su historia es una de abusos a la cual hemos sido indiferentes, algo que debería ser una fuente de vergüenza para todos.