Escrutinio u hoguera pública
Por Luis Cordero Vega
“La situación de Rajevic es un buen ejemplo. Ninguna de las objeciones planteadas tiene que ver con su idoneidad para el desempeño del cargo”.
Por Luis Cordero Vega
La propuesta al Senado de Enrique Rajevic como candidato a dirigir la Contraloría General de la República generó una discusión sobre su idoneidad, debido a una aparente deuda y a que ha prestado servicios al menos a tres ministerios. Ninguna de esas objeciones tiene que ver con el escrutinio adecuado para ejercer el cargo de contralor.
El Senado participa en nombramientos en 22 instituciones. La idea que subyace a su intervención es evitar que el Presidente de la República tenga plenos poderes de designación, dotar de independencia a las instituciones respectivas y lograr un adecuado escrutinio a las personas que postulan a dichos cargos.
En la actualidad, no existe un procedimiento estandarizado para llevar a cabo este proceso. Algunos de esos nombramientos se vuelven irrelevantes para la opinión pública —pero no para el sistema institucional— y otros tantos terminan en un conflicto de poderes, porque se usa el examen técnico del candidato para resolver problemas propios de intrigas palaciegas.
La situación de Rajevic es un buen ejemplo. Ninguna de las objeciones planteadas tiene que ver con su idoneidad para el desempeño del cargo. Como aún no se realiza la audiencia en la que el candidato podrá responder a las observaciones, no sabemos si los senadores le preguntarán sobre alguna de las cosas que académicamente ha escrito sobre la Contraloría, como su opinión sobre la toma de razón, la racionalidad de las normas de empleo público o su modo de interpretar las reglas en materia urbanística. Estos son tres de los temas más importantes en los cuales la Contraloría debe intervenir, y en ellos Rajevic es un reconocido experto.
En cambio, hemos transformado su condición patrimonial, sus preferencias políticas —que todos tenemos— y la gestión del ministro del Interior en factores centrales de la decisión. Estos argumentos se apartan de un escrutinio razonable sobre los méritos de los candidatos, y transforman las opiniones sobre ellos en una hoguera en donde se prende fuego al nombre del postulante, a su trayectoria y a su prestigio. Actuar de este modo no sólo muestra una profunda inconsistencia del Senado en el procedimiento de los nombramientos que le corresponden, sino que también desnaturaliza el escrutinio como una herramienta razonable del sistema democrático.
No hacer esas distinciones recuerda el tango Cambalache, de Enrique Santos Discépolo, cuando señala que “todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”. En estos tiempos, algunos deberían leer detenidamente esa letra.