La voz del vocero
Por Roberto Merino
Por Roberto Merino
Lo que distingue a Marcelo Díaz del común de los políticos es el modo de hablar: un remanente de acento juvenil que se le filtra cada vez que toma la palabra en nombre del gobierno ante un enjambre de micrófonos. Este rasgo es parte de su carisma. Lo otro es el pelo levemente desordenado y la insinuación capilar que cubre su pera. Un analista de estas cosas lo define como “alguien demasiado consciente de su condición de político joven”.
Aparece más distendido y menos enfático que Elizalde, su antecesor en el predecible rubro de la vocería, pero ello no significa que se salga de libreto. No hay exabruptos en los comunicados de Díaz. Desde mayo de este año —cuando fue nominado ministro— su voz es la voz oficial y sus palabras tienden a irse diluyendo en abstracciones. Sus críticos afirman que ya no corre solo, que ya no se ríe en la fila, que es demasiado disciplinado, que no se sabe lo que opina, que se ve reprimido.
Para quienes no tenemos familiaridad con la política, su estilo de los últimos meses es más bien fome. Echamos de menos las frases hilarantes con las que a veces Vidal (“dígale que sujete a los perros”) o Puccio (“yo no estoy pa’ comentar cuecas de curado”) respondían a sus adversarios políticos.
Si a Peñailillo le pusieron alguna vez “galán rural”, a Díaz han querido tratarlo de “galán urbano”, en consideración a sus merodeos sentimentales por el mundo de la farándula cuando era diputado por el PS. Su romance con la modelo Amalia Granata en 2006 fue un hecho señero en el encuentro del espectáculo político con el espectáculo propiamente tal. La naturalidad con la que Díaz transitó ambas esferas aun lo posiciona como un tipo simpático y empático.
Una vez en la Cámara contestó a gritos la batería de garabatos “de grueso calibre” que Evelyn Matthei le largó a la bancada de oposición a Piñera. Parece que Díaz utilizó en el empeño garabatos de calibre similar, lo que le valió una trifulca o cachetina con el diputado René Manuel García. Ambos fueron sancionados con multas. Nada de esa impetuosidad verbal trasciende hoy del hombre del podio, medido y cuidadoso.