Los Gigantes son eternos
“Nuestra televisión sólo puede inclinarse y rendir tributo ante esta dupla de programa y animador”.
La televisión es uno de los mayores fenómenos del siglo XX. Tal vez el principal, porque fue el primer gran paso hacia cambios que se han ido sucediendo con el tiempo y la tecnología. Significó el acceso masivo a la información, y con ello un cambio sociológico y político enorme. También desde esa caja comenzaron a extenderse los brazos de lo que hoy llamamos globalización; el mundo en su dormitorio y en tiempo real configuró una sociedad diferente; por último, trajo consigo otro concepto del ocio y la entretención, y fue la semilla de una explosión en la industria de la entretención. Los videojuegos son impensables sin la TV.
Para bien o mal, cambió el mundo y cambió nuestras vidas, se convirtió en otro miembro de la familia, derrotó gobiernos, fabricó ídolos –o los destruyó– con la magia de la inmediatez. Es tanto lo que significa la televisión en nuestra sociedad que cualquier intento de enumeración es vano. Es verdad, también, que hoy la televisión abierta languidece. Todo indica que pasó su tiempo y la industria evoluciona hacia formas nuevas, a través de la integración con internet, contenidos cada vez mejores y más diversos –esta es la era de las series como fenómeno social– que llegan a través de plataformas múltiples. Estamos en un camino que cambia muy rápido y de manera difícil de predecir. Sin embargo, todo lo actual es tributario de esa televisión que en Chile nació, creció y se desarrolló en la segunda mitad del siglo pasado.
Y la historia de la televisión chilena se puede resumir en un hombre y en un programa: Don Francisco y Sábados Gigantes. Ahí está todo simbolizado, contenido y desarrollado, marcando una época; ahí está nuestra historia, con lo bueno y, es verdad, también con mucho de lo malo. Pero el balance no admite dudas: nuestra televisión sólo puede inclinarse y rendir tributo ante esta dupla de programa y animador que es, por lejos, lo más importante de sus primeros cincuenta años. Los personajes que vieron la luz entre los focos de esos estudios: Mandolino, La Cuatro, El Tío Valentín y tantos otros, se encuentran en el fondo de nuestra memoria individual y colectiva.
Trascendió las fronteras y se convirtió en un fenómeno del mundo latino, en Estados Unidos e Hispanoamérica. Ese fue su último logro, pero siempre será nuestro Sábados Gigantes (así, con las eses al final), con sus concursos, sus entrevistas, su humor y su extensión, que ahora parece exorbitante.
Ha llegado a su fin, como era natural y lógico, pero hay personas y creaciones que no terminan, porque se hacen parte de nuestra cultura, nuestra historia, nuestra identidad. Los Gigantes son eternos, porque son gigantes. Hasta siempre, Don Francisco.