Príncipes de la Iglesia
“Es curiosa la indignación con que muchos, incluyendo políticos curtidos en el arte del serrucho y el puñal, han reaccionado frente a estos intercambios”.
La difusión de correos privados entre los cardenales Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati ha abierto algunas discusiones interesantes. La primera y más evidente es la tensión entre la posibilidad de difundir información relevante para la sociedad y la publicación de correspondencia privada. Los correos divulgados revelan maniobras de ambos cardenales para frenar la nominación de otro sacerdote, Felipe Berríos, como capellán de La Moneda, y de un laico cercano a la Iglesia, Juan Carlos Cruz, en una comisión clave de la jerarquía eclesiástica. Es un tema que importa a los miembros de la Iglesia Católica, que puede interesar también a quienes son ajenos a ella, y que ha causado enojo a quienes esperaban de ambos religiosos una opinión más misericordiosa sobre estos asuntos.
Ninguna de estas consideraciones, sin embargo, justifica la violación a la intimidad de estos intercambios. La inviolabilidad de las comunicaciones personales es una garantía que protege a todos los ciudadanos. Por supuesto, esta garantía tiene límites, que están explícitos en la ley, en tanto los mensajes sean parte de la indagación de un ilícito en un expediente judicial. Pero éste no es el caso. En la medida que toleramos excepciones de acuerdo a cuán encumbrados son los personajes involucrados, o cuán reprochables nos parece su conducta, abrimos la puerta a una violación gravísima de los derechos civiles.
Otra perspectiva es la curiosa indignación con que muchos, incluyendo políticos curtidos en el arte del serrucho y el puñal, han reaccionado ante estos intercambios. Hay suficientes pruebas de cómo la lucha por el poder se cuela por los intersticios de todos los vínculos sociales –desde los asuntos del Estado, la política y la economía, pasando por la oficina, hasta nuestras relaciones domésticas–, como para que este episodio nos asombre.
Nicolás Maquiavelo escribió en El Príncipe, hace 600 años, que la única dificultad de los principados eclesiásticos era adquirirlos. Una vez conseguidos, las leyes de la religión y el poder que éstas tenían sobre los ciudadanos hacían prácticamente imposible que los príncipes perdieran su poder. Pero hoy los príncipes de la Iglesia la tienen más difícil. El mando no sólo tienen que ganárselo, también defenderlo.
Errázuriz y Ezzati, al igual que sus antecesores y los que vendrán, no habrían llegado donde están si no hubieran hecho lo que ahora sabemos. Para los profesionales del poder se trata de una obligación. Detrás de las cartas en lenguaje florentino y las bendiciones de los Santos Apóstoles, suele haber, deberíamos tenerlo claro, salteadores, lobos, lobbistas y serpientes.