Profesores y bárbaros
Por Fernando Balcells
“El sistema educacional sigue produciendo jóvenes cautivos de mundos laborales hostiles, que no son capaces de cabalgar”.
Por Fernando Balcells
Los jóvenes que queremos formar no son marcianos. Aunque queramos que sean ciudadanos del mundo, son chilenos de Tierra Amarilla, de Puente Alto o de Providencia. Les vamos a heredar un país que no van a poder sacudirse de encima y que, sin embargo, tendrán que reinventar. Más exactamente, van a tener que diseñar su propio modo de existir en el mundo que les toca.
Lo que a nuestra generación corresponde es darse cuenta de que la inercia no es suficiente para asegurar a nuestros hijos un lugar en el mundo. No sabemos si el cobre y las materias primas que exportamos tendrán en el futuro la relevancia que han tenido. El sentido de los tiempos indica que debemos acelerar el ritmo de avance hacia una manera más diversificada y más integrada de ganar la plata del país.
Debemos legarles un país que se gana su salario en el mundo con productos que requieren de mano de obra calificada, bien pagada, técnicamente al día, creativa y con capacidad de gestión. De lo contrario no necesitan educarse.
La educación tiene que ver sólo accesoriamente con el conocimiento. Es la separación entre conocimiento y vida la que convierte a la educación en algo desagradable e inútil. Un estudiante que se sobrepone a esos dos inconvenientes es un portento. No es que el conocimiento sea superfluo; cuando se lo sobreimprime a la vida, cuando se lo usa para reprimir sin animar, cuando es entregado por la vía de la imposición de una memoria de generalidades, negando la reflexión; en todas esas situaciones y otras es menos que superfluo, es una agresión.
Necesitamos profesores que permitan, no censores que prohíban. Que se acepten como facilitadores y no como protagonistas. Que no necesiten sobreponerse a una familia ausente ni a una educación inútil. Necesitamos un sistema de aprendizaje con aventuras, objetivos y logros. El que tenemos sigue produciendo jóvenes cautivos de mundos laborales hostiles, que no son capaces de cabalgar.
El fracaso de la educación es responsabilidad de un humanismo de la generalidad y la falta de compromiso con la realidad. Un saber de salón, desinteresado de lo particular, monopolizador de la cultura y complaciente con su inocuidad y su incompetencia práctica.
La respuesta no está en la imposición de la empresa sobre la escuela o de la técnica sobre el humanismo, sino en apostar a la formación de jóvenes con capacidad de artesanos en el siglo XXI, intensos en conocimientos locales y técnicos, competentes emocionalmente y bien plantados en su entorno. Si enfrentáramos esos desafíos de fondo, recuperaríamos tal vez el anhelo de permitir la formación de mujeres y hombres libres, aventurados y bien gestionados.