Protección y necesidad
Por Carlos Urenda A.
Abogado MBA
“No debe olvidarse la advertencia de Goethe: «La ley es poderosa, pero más poderosa es la necesidad»”.
Por Carlos Urenda A.
Abogado MBA
Durante la historia de la humanidad los más poderosos han aprovechado su condición para el logro de sus objetivos, muchas veces en desmedro de los más débiles. Esto ha ocurrido entre países, grupos étnicos, clases sociales, empresas y muchas otras organizaciones. Lo mismo ha sucedido dentro de cada una de éstas, así como entre individuos.
En los últimos siglos la preponderancia de esta ley del más fuerte se ha ido debilitando y el poder se ha atomizado considerablemente. Las constituciones, el derecho del trabajo y los organismos internacionales, entre otros, reflejan este cambio. Esta nueva dinámica ha seguido evolucionando en los últimos años, consagrando cada vez más derechos y beneficios para los menos privilegiados del mundo. Sin duda que este proceso ha sido sumamente positivo para el desarrollo de la civilización.
Pero, ¿podría ser motivo de preocupación el extremar este proceso? Sí. Cuando la condición de los menos privilegiados o de los grupos minoritarios, por el solo hecho de serlo, se elevan artificialmente más allá del estándar que permite el desarrollo económico y social que ha alcanzado el país. Pero también cuando la mejora de éstos tiene como contrapartida la discriminación o el detrimento arbitrarios de otros, por favorecidos que fueren estos últimos. Esta ley del péndulo ya ha empezado a operar en algunos ámbitos, como legislaciones sobreprotectoras del consumidor, los trabajadores y los indígenas.
Veo dos peligros principales en esta nueva situación. Primero, los posibles abusos. Varios podrían sucumbir a la tentación de beneficiarse injustamente de las mayores garantías que les pudiera ofrecer el sistema. Pero hay un abuso que es peor, que consiste en generar en la sociedad recelo o rechazo a características o situaciones que son positivas, como la libertad, la riqueza o el poder bien utilizados.
En segundo lugar, los incentivos. Cuando las personas perciben que su bienestar puede aumentar por el solo hecho de aprovechar las ventajas que el sistema les otorga en razón de su condición más desfavorable, puede que sus incentivos no se alineen adecuadamente con el ideal de autosuperación. No es viable querer comer cada vez más y mejor pescado sin aprender nunca a pescar.
El gran desafío de las políticas públicas en este ámbito es no prescindir de la necesaria protección cuando sea justa y posible, pero tampoco del estimulante incentivo que ha constituido siempre la necesidad para el logro del bienestar. No debe olvidarse la advertencia de Goethe: “La ley es poderosa, pero más poderosa es la necesidad”.