Regionalismo político
Por Hugo Herrera
“Regiones fuertes pueden ser un contrapeso eficaz al poder central”.
Por Hugo Herrera
El último terremoto vuelve a dejar a la vista la inadecuación de nuestra estructura político-institucional y la realidad territorial. Las regiones son incapaces de generar de manera autónoma respuestas suficientes a sus problemas. El fenómeno se repite en todos los casos en los que hay desafíos relevantes. Ocurrió en Aysén y en Magallanes. En las provincias de La Araucanía arrastramos un conflicto sin soluciones a la vista.
En todos los casos sucede algo parecido: se mira a Santiago y en Santiago las autoridades están atareadas con otros problemas.
Lo que estalla es lo más llamativo. Pero nuestras provincias se encuentran en un abandono más profundo. Las condiciones culturales y educativas son incomparables con las de la capital. Las instituciones de educación de regiones son, salvo excepciones, de un nivel mucho menor que las de Santiago. Algo parecido pasa con las condiciones laborales, la salud, la movilización pública.
Esta heterogeneidad de condiciones provoca que las regiones sean, en la práctica, “decapitadas”. Sus cuadros humanos más capacitados usualmente emigran, privándolas de los grupos preparados y extendidos en grado suficiente como para liderar su desarrollo cultural, político y económico. El círculo se cierra cuando en la capital nacional se termina desconfiando de ellas y se teme darles más competencias políticas, precisamente porque se las ve menos preparadas.
El centralismo significa la consagración de la desigualdad entre las regiones y Santiago. Además, produce una preocupante concentración del poder político. Regiones fuertes pueden ser un contrapeso eficaz al poder central, como lo muestra la experiencia comparada.
Esta distribución del poder permite que el pueblo logre esparcirse más armónicamente por su territorio y su paisaje, y se alcance una integración de la nación a ellos, de la cual cabe esperar un aumento en las experiencias de sentido. Ciudades armoniosamente diseñadas, con tiempos y espacios más humanos y abiertos a la naturaleza, son la base también de vidas más plenas.
Avanzar hacia una regionalización de las competencias políticas aparece como un imperativo dotado de urgencia. Se necesita —como ha dicho recientemente el ex Presidente Lagos— disminuir el número de regiones, al punto de que sean unidades capaces de concentrar recursos y cuadros humanos capacitados. Ciertamente, el regionalismo y el federalismo de algunos de nuestros vecinos dejan mucho que desear, y debe atenderse a sus errores y defectos para no repetirlos. Pero el paso ha de ser dado, pues entonces nos acercaremos no sólo a mayores grados de igualdad ciudadana, a un Estado con un poder mejor distribuido, sino que también a una forma de organización de la cual cabe esperar un despliegue más armónico del país y una mejor integración a nuestro hermoso, pero muchas veces postergado, paisaje.