Segunda mirada: Dejémoslo tranquilo
Me resulta incomprensible la alharaca que se ha armado por el viaje de Pizarro al Mundial de Rugby. Es cierto que no fue elegante que haya preferido ese paseo a quedarse junto a sus electores, lamiéndose las heridas del terremoto. Me dicen que políticamente fue una torpeza. Pero, con una mano en el corazón, ¿qué […]
Me resulta incomprensible la alharaca que se ha armado por el viaje de Pizarro al Mundial de Rugby. Es cierto que no fue elegante que haya preferido ese paseo a quedarse junto a sus electores, lamiéndose las heridas del terremoto. Me dicen que políticamente fue una torpeza. Pero, con una mano en el corazón, ¿qué habría cambiado? ¿Cuánto habrían mejorado las vidas de esas personas si Pizarro hubiese estado allí? Y, sobre todo, ¿cuántos de los incansables asalariados que hoy se desgañitan detrás de un teclado no habrían hecho lo mismo si hubiesen podido? La envidia y el fariseísmo nublan la mirada.
He hablado con conocidos de La Serena —gente como los Alcayaga, los Munizaga, los Argandoña y los Peñafiel, no advenedizos— y me cuentan que, aunque nadie sabe bien a qué se dedica, de vez en cuando se ve a Pizarro por allá. En terreno, como dicen. Dejémoslo tranquilo. Que responda ante Dios, o por último ante el Consejo de Asignaciones Parlamentarias. Quiénes somos para juzgarlo.
M. Vergara