¿Te duchaste hoy?
Por Juan Cristóbal Beytía, s.j.
Capellán de TECHO-Chile
“Con este nivel de ingresos, en vez de crecer la solidaridad, crece la indiferencia. Parece que el problema, si no es de la mayoría, no existe”.
Por Juan Cristóbal Beytía, s.j.
Capellán de TECHO-Chile
Ducharse es rico. Despierta o relaja. Pero para las familias que habitan en campamentos, hacerlo en un baño privado y cómodo es prohibitivo. El 76% de las familias que viven en un campamento no tienen conexión regular al agua potable; un 91% de dichas familias no tiene conexión regular al alcantarillado, y el 48% tiene una conexión eléctrica trucha. El problema, quizás, es que nos parece obvio que eso sea así. Para salir de la obviedad me gustaría contarles de qué se trata, en la práctica, carecer de estas cosas.
No contar con agua potable hace que las labores de aseo personal sean muy incómodas. Hay que hacerlo “por partes”, con la ayuda de una palangana o un tarro. En invierno, con frío, es más duro aún. No hay otra que ocupar lo que, con cierto humor, llaman “tarrefont”: un tarro con agua caliente. Eso, cuando se tiene agua. La gran mayoría de los campamentos se provee gracias a un camión aljibe municipal, que rellena semanalmente el estanque comunitario al que acuden las familias o los estanques que cada familia ha gestionado para su hogar. Esta agua no se puede tomar sin hervirla previamente. A veces se acaba. Y si el camión se descompone, simplemente no llega. Entonces hay que soportar sin bañarse.
Las familias de campamento intentan tener sus baños lo más limpios posible. En eso, su dignidad está intacta. En algunos casos, los desechos orgánicos van a parar a una fosa séptica (41,1%) o a una letrina (36,7%). Y cuando la fosa o la letrina se llenan, hay que taparla y hacer otro agujero. En el mismo terreno. Sobre la antigua fosa jugarán los niños y celebraremos los cumpleaños. Cuando llueva, la letrina se rebalsará y aflorará su contenido. Le pido disculpas si le incomoda leer esto, pero en la realidad es mucho peor que en el papel.
Tener instalaciones eléctricas irregulares es vivir con la espada de Damocles encima. Varias familias conectadas al mismo lugar, con cables que se recalientan, o pelados. En una casa de material ligero, el avance del fuego es rapidísimo. A veces sucede mientras estás despierto y atento. A veces no, y se pierden vidas.
Todo esto sucede en un país que tiene un PIB per cápita de 23 mil dólares. Es un país que tiene más, que puede más, y que por lo mismo está más obligado que antes. Pero con este nivel de ingresos, en vez de crecer la solidaridad, crece la indiferencia. Parece que el problema, si no es de la mayoría, no existe.
Es urgente que nos hagamos conscientes de esta situación. La próxima vez que vaya a ducharse piense en esto. Quizá eso le empuje a un cambio. Si es así, Chile será un poco mejor.