Un futuro ambiguo
“Es evidente que hay algo inquietante en el funcionamiento de la democracia chilena. Pero de crisis irremediable, nada”.
La disección de la última encuesta CEP ha oscilado entre el lamento, por el estado de la opinión sobre las instituciones de la República, y el alarmismo. Esta última expresión sentimental arroja un juicio pesimista sobre el futuro. Según Max Colodro, los resultados (que en sí mismos no ofrecen ninguna novedad) permiten augurar que “esto transita hacia una crisis institucional de imprevisibles proyecciones”. En este alarmismo adivinatorio, el analista extrae conclusiones insostenibles, que pasan por alto lo que la encuesta sí registra: actitudes (de desconfianza) referidas a instituciones, las que no presuponen comportamientos (por ejemplo, de protesta, que de existir podrían efectivamente prefigurar una “crisis”). Aun más: hay que interrogarse sobre lo que los encuestados podrían estar entendiendo por la pregunta “De acuerdo con las alternativas, ¿cuánta confianza tiene usted en cada una de ellas?”, en donde el Congreso y los partidos aparecen en los últimos lugares: ¿Pensarán todos en lo mismo ante una pregunta tan abstracta?
En fin, todo el mundo da por sentado que los encuestados entienden y responden de manera universal este tipo de preguntas. El resultado es que, en efecto, existe en algún sentido (¿cuál?) desconfianza en las instituciones, y para los analistas de la plaza eso es problemático, inquietante y, para uno de ellos, definitivamente de terror. ¿Cómo no ver que lo que subyace es una tácita concepción del “buen gobierno” (parafraseando el último libro de Rosanvallon), basada en niveles aceptables de confianza (vaya uno a saber cuáles), en un cierto interés por la política, en admiración por quien encarna la institución presidencial, en una generalizada comprensión de lo que puede significar ser hábil, diestro, cercano y dialogante? Mientras sigamos entendiendo a la opinión pública como un artefacto medible, autoexplicativo y poderosamente democrático –donde todos los que opinan lo harían en igualdad de condiciones–, seguiremos en la letanía del pánico de los columnistas.
Es evidente que hay algo inquietante en el funcionamiento de la democracia chilena. Pero no sólo por configuraciones actitudinales, sino por el distanciamiento con la actividad política, por la irrupción del abstencionismo, por el temor de los políticos a sufrir el repudio social. Pero la inquietud se basa sobre todo en la ambigüedad, y cada cual podrá ver lo que quiera en la CEP. En su última columna, Eugenio Guzmán concluye, de la disonancia entre la desconfianza y los elevados niveles de satisfacción personal, un ideal de autonomía y rechazo al Estado. Otros podrán ver, en el listado de políticos con futuro, un bálsamo para la Nueva Mayoría, dado que cuatro de los cinco primeros provienen de esa coalición. Puede ser. En todos los casos hay un futuro ambiguo, hecho de indiferencia, desinterés, desidia. Pero de crisis irremediable, nada.