Un nuevo disparo en los pies
“Sería lamentable que, por eslóganes y fórmulas maximalistas, se termine echando por la borda el capital político de una reforma a la educación”.
El martes, la ministra Adriana Delpiano calificó como “una opción” la propuesta de aplicar la promesa de gratuidad en la educación superior ampliando la cobertura del sistema de becas. Esta mañana, sin embargo, la titular de Educación dio pie atrás y confirmó que se busca una fórmula que permita cumplir dicho compromiso presidencial en el Presupuesto 2016.
Más allá de la intención de las palabras de la ministra, este nuevo episodio no puede ser atribuido sólo a un lapsus línguae o un malentendido. Se trata de una nueva muestra de la falta de un proyecto claro del Gobierno para la educación superior. Es lo que se ha manifestado, por lo demás, desde el momento en que Michelle Bachelet regresó a Chile para anunciar su candidatura a la Presidencia, y cuyo nudo gordiano ha sido el problema de la gratuidad universal.
Fue en abril de 2013, al momento de presentar al equipo que la asesoraría en la reforma a la educación, que la propia Mandataria dijo que le parecía injusto que el Estado tuviera que pagar la universidad de su hija, si ella podía hacerlo. Pero se desdijo de sus afirmaciones un mes después, y en el mensaje presidencial del 21 de mayo de este año, como si fuera poco, profundizó en su promesa y le puso plazos concretos, sin definir antes el cómo, el cuánto y el a quiénes. Metió así a su gobierno en una camisa de fuerza.
Desde el inicio del proceso, las posiciones del Ejecutivo han estado dominadas por las presiones: de los estudiantes, de las instituciones de educación superior —estatales de un lado y privadas del otro— y de los partidos de la coalición, sin contar los consejos de los expertos y la convicción de los propios encargados de diseñar las políticas públicas. Si el mismo Nicolás Eyzaguirre, en su esclarecedor mea culpa de comienzos de este mes, admitió que ni Superman habría sido capaz de diseñar, tramitar y gestionar apropiadamente reformas de esta envergadura, resulta cándido pedírselo a un gobierno que ha demostrado escasa habilidad técnica y política frente a problemas menos complejos.
Existe en la ciudadanía y en la élite un consenso amplio sobre la necesidad de cambios que mejoren el acceso y terminen con los abusos en el sistema de educación superior. Sería lamentable que, por aferrarse a eslóganes, fórmulas maximalistas y promesas de improbable cumplimiento, se termine echando por la borda ese capital político. No cabe sino recordar una frase que se atribuye al filósofo romano Séneca: No existe viento favorable para el barco que no sabe hacia dónde va.