El mundo según Walker
“Como su colega Pizarro cuando decidió viajar al Mundial de Rugby, el senador parece sufrir una pérdida de sentido de la realidad”.
Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Princeton, el senador Ignacio Walker conoce bien la diferencia entre opinar como intelectual y hacerlo como político. Basta recordar la columna que escribió en mayo de 2004, criticando al peronismo, y los líos que ésta le causó más tarde, cuando Ricardo Lagos lo nombró canciller. Es de imaginar que Eduardo Engel, si algún día tiene la mala idea de aceptar un lugar en un gabinete, también estará obligado a repensar algunas de sus opiniones más punzantes como intelectual crítico y paladín de la probidad.
Por lo mismo, el ninguneo del senador hacia el economista e ingeniero tiene, probablemente, un trasfondo más amplio que la disputa específica por el plazo para el refichaje de los militantes de los partidos políticos, que se discute hoy en el Congreso.
Es cierto que la iniciativa original para el refichaje fue diluida, a instancias de los partidos, hasta niveles vergonzosos, y que sólo el reclamo público de Engel empujó al Ejecutivo a volver a la propuesta original. Y que hay otros puntos en trámite, como las exigencias de democracia interna en los partidos y los límites al uso de los fondos públicos, que causarán fricciones todavía mayores. Pero Walker tiene razón al plantear que las reformas, aun cuando desde un escritorio se vean impecables, pueden causar, si se hacen sin cuidado, perjuicios todavía mayores que los que intentan reparar (en este caso, potenciando el caudillismo interno en las colectividades).
La tensión entre políticos e intelectuales no es nueva. Más bien ha sido una constante en los últimos gobiernos democráticos. Le ocurrió a Eduardo Frei Ruiz-Tagle y el grupo de tecnócratas que habían crecido al alero de Boeninger; a la primera administración Bachelet, con la vieja guardia de la Concertación y los entusiastas de Expansiva, y a Sebastián Piñera, que debió olvidarse de su gobierno de gerentes para dar espacio a gente como Chadwick, Longueira y Allamand. Se trata de un conflicto sano y que permite un adecuado equilibrio entre el sustento técnico y la responsabilidad política de las decisiones de Estado. Cuando un sector ha pasado la aplanadora a otro es que hemos visto desastres como el Transantiago o la reforma educacional en curso.
Lo único que extraña es que un hombre como Walker, tan hábil para leer el momento político y el papel de la DC, no haya considerado ahora la oportunidad de sus palabras y la capotera pública que iba a sufrir. Como su colega Pizarro cuando decidió viajar al Mundial de Rugby, el senador parece sufrir una pérdida de sentido de la realidad o, como lo llama Benito Baranda en una columna de hoy, psicopatía política.