La crítica vulgar
“Existe entusiasmo y ánimo a raudales para desprestigiar «El otro modelo», evitando entrar en la crítica a las ideas allí plasmadas”.
Hace pocos días, el diputado José Antonio Kast (UDI) publicó una carta en la que criticaba el libro “El otro modelo”, a la luz de la negociación colectiva del BancoEstado que concluyó con la renuncia de su presidente, Guillermo Larraín. El argumento era tan simplón como maligno: “El otro modelo”, libro del que Larraín y cuatro otros académicos somos autores, sería sinónimo de despilfarro financiado por los contribuyentes, del mismo modo en que la aludida negociación colectiva lo habría sido.
De más está decir que el episodio del BancoEstado no tiene nada que ver con las ideas planteadas en el libro (Kast sólo vio la tapa), aun cuando somos firmes partidarios del fortalecimiento del sindicalismo y de la construcción de relaciones infinitamente menos asimétricas a la hora de negociar con los empleadores. ¿En nombre de qué? Tan sólo de la justicia distributiva y de la igualdad entre las partes, lo que debe armonizarse con los requisitos de eficiencia económica de las empresas en un contexto en el que lo público adquiere centralidad.
La carta de Kast no ha sido un caso aislado: existe entusiasmo y ánimo a raudales para desprestigiar “El otro modelo”, evitando entrar en la crítica a las ideas allí plasmadas. Para lograrlo, los sectores más centristas y tecnocráticos de la Nueva Mayoría, así como la derecha política más rancia y afín con el neoliberalismo, se proponen –sin mediar conspiraciones ni coordinación– asociar las ideas de régimen de lo público al actual Gobierno. Un recurso escasamente intelectual y profundamente político, y que puede producir algún tipo de efecto en la recepción de las ideas. Mala cosa.
En todas estas amalgamas, lo que destaca es una crítica vulgar, la que asocia ideas con gobierno y el programa gubernamental con un proyecto político de largo aliento. A decir verdad, y a título personal, no veo relación entre las ideas contenidas en el aludido libro y las reformas en vías de implementación en diversas áreas, ni en espíritu ni en forma, como tampoco percibo sintonía con una retórica presidencial contradictoria y, sobre todo, confusa. Hasta prueba de lo contrario, el sello sustantivo de este Gobierno sigue siendo un pesado misterio. Dicho de otro modo, ya basta de sugerir que este texto ha sido la fuente de inspiración de las reformas: más allá de la improvisación que las gobierna y el escaso talento en implementarlas, definitivamente hay pocas cosas en ellas que puedan ser retrotraídas a ideas que, lejos de languidecer en un libro, siguen siendo actuales, en conversaciones cotidianas y sociales por los chilenos de a pie que se resisten a seguir viviendo en un mundo hecho de comodificaciones sobre bienes que desde hace un puñado de años podrían escapar de la esfera del mercado. Cuando se abren estas coyunturas hegemónicas tan favorables para el anti-neoliberalismo, no hay derecho a equivocarse políticamente: lo que está en juego es demasiado importante.