Pasos urgentes
Por Roberto Merino
Por Roberto Merino
Bonvallet le puso El Viejo Chico y se burló de su tono uniforme, diciendo que hablaba como “monje tibetano”. La pulla fue graciosa, porque no cuesta nada imaginarse a Jorge Sampaoli con la túnica azafrán y la mirada perdida del que ha vaciado su mente de pensamientos. Pero eso es tan sólo un alcance físico. La personalidad de Sampaoli está en las antípodas del budismo. Es más bien un romántico y, específicamente, un romántico argentino. Palabras significativas para él son: pasión, sueños, ideas, locura. Cuando protagonizó un spot del Banco Santander insistió con lo de las ideas. “Por ahí las ideas le dan forma a la vida”, filosofaba. Suele también explicarse en metáforas: “Yo nado contra lo corriente”, “yo doblo en dos ruedas”.
Para entender a Sampaoli habría que entender antes a su pueblo de origen, Casilda, a cincuenta kilómetros de Rosario. Según el propio entrenador, en ese lugar había una notoria concentración de locura. Tipos de respuestas rápidas para salir de situaciones difíciles. Sampaoli afirma que ahí aprendió las cosas claves: en la calle, en el bar, con los amigos, en las canchas de Alumni y de Aprendices, en las que corrían muchas patadas. De los libros no sacó nada.
Su biógrafo y ex vecino Pablo Paván lo definió como un hombre “de paso urgente”. Por cierto, así es como uno lo ve de lejos, moviéndose de un punto a otro como un hiperkinético encerrado. Algo tiene del conejo de Alicia en el País de las Maravillas, que siempre andaba muy apurado. Se le ha apodado Zurdo, Don Sampa, Enano, Minimí. El psicólogo Giorgio Agostini le diagnosticó “complejo napoleónico”, conducta compensatoria de las personas de baja estatura que necesitan imponer alguna clase de autoridad.
Un episodio de su juventud refuerza esta hipótesis. Lo recoge Paván en su biografía. Había en Casilda un lustrabotas al que Sampaoli le pedía lustrar sus zapatos y no le pagaba jamás, dándole cada vez una excusa distinta. No era que no tuviera la plata, sino que quería vencerlo en una lucha psicológica. “Le colonizaba la cabeza”, recuerda. “Cuando hoy me ve por televisión debe querer que pierda partidos”.