Segunda mirada: Demanda inelástica
La semana pasada, el empresario español Amancio Ortega, dueño de una cadena de tiendas que incluye Zara, fue por algunos minutos el hombre más rico del mundo. Sorprende ver allí a un representante de la vieja economía, entremezclado con magnates de la informática, las telecomunicaciones o las finanzas. Pero no es tan extraño. Cuando Holanda […]
La semana pasada, el empresario español Amancio Ortega, dueño de una cadena de tiendas que incluye Zara, fue por algunos minutos el hombre más rico del mundo. Sorprende ver allí a un representante de la vieja economía, entremezclado con magnates de la informática, las telecomunicaciones o las finanzas. Pero no es tan extraño.
Cuando Holanda e Inglaterra se repartieron el comercio de las Indias Orientales, en el siglo XVII, todos pensaron que los primeros habían hecho un gran negocio: se quedaron con la nuez moscada y la canela, entonces mucho más valiosos que el algodón de la India, que dejaron a sus vecinos. Pero las personas sólo pueden comer y beber hasta cierto límite fisiológico. La capacidad de acumular ropa y zapatos, en cambio, sólo tiene el límite que la propia billetera, o el crédito, permitan. Los británicos montaron así un imperio. Y las cadenas de moda, que nos bombardean con una colección tras otra, también lo tienen claro.
M. Vergara