Segunda mirada: Un café amable
Por J. J. Cruz No es necesario llegar al extremo de considerar el café como un espacio sagrado para estar de acuerdo con Agustín Squella y la afición por estos rincones que plantea en su último libro. El placer de descubrir un sitio donde uno se siente a gusto -por la calidad del café, la […]
Por J. J. Cruz
No es necesario llegar al extremo de considerar el café como un espacio sagrado para estar de acuerdo con Agustín Squella y la afición por estos rincones que plantea en su último libro. El placer de descubrir un sitio donde uno se siente a gusto -por la calidad del café, la amabilidad del personal, la ausencia de ruido y, de ser posible, todas las anteriores- y transformarlo en un refugio, al que se acostumbra volver una y otra vez, sin tener que andar buscando lugares en boga en las revistas de fin de semana.
Me he topado, sin embargo, con una moda capaz de hacerme cambiar de opinión. Se trata de cafés que ofrecen una pequeña rebaja si uno añade a la orden un simple “por favor”. Y otra más si agrega “buenos días”. Se han cruzado en mi camino un par de veces y he entrado, un poco por curiosidad, un poco por aplauso. Por supuesto, jamás he cobrado mi descuento. Todavía me parece insólito que haya que ofrecer plata para ser educado y amable. Pero si hay que acostumbrar a la gente, por algo se parte.