El equilibrista
Los que conocen a Fernando Montes dicen que si algo lo saca de sus casillas es la palabra CRUCh, que usa la misma ropa hasta que se desgasta, que es mesiánico, que aspira a la santidad, que es un político.
Por Roberto Merino
Los que conocen a Fernando Montes dicen que si algo lo saca de sus casillas es la palabra CRUCh, que usa la misma ropa hasta que se desgasta, que es mesiánico, que aspira a la santidad, que es un político. Que tiene el hábito de aparecer como a las nueve por los patios de la Universidad Alberto Hurtado repartiendo buena onda, pero que se reserva un dejo autoritario. Una vez salió a pedirles que se callaran a unos alumnos que guitarreaban junto a su residencia. Les dijo que la universidad iba a tener instalaciones apropiadas para la música. “Pero eso será en dos años más, así es que por ahora aguántense”.
En entrevistas televisivas y en conferencias, Montes suele enfatizar la expresión latina sensus fidelium. Con esto quiere decir que hay que escuchar a la gente, que en el tejido de la grey y de la sociedad en general hay orientaciones correctas. Escuchar es una de sus virtudes más ejercitadas, la otra es hablar con elocuencia.
Cuando está en medio de un debate y alguien se le viene encima, baja la cabeza como señal de que está dispuesto a procesar los argumentos del otro sin interrupciones. Luego puede reaccionar con efectividad, articuladamente, haciendo siempre equilibrio con conceptos antagónicos: ricos y pobres, público y privado, víctimas y victimarios, perdonador y perdonado. Como muchos curas, usa las manos para apoyar las palabras: con ambas manos abiertas hace un gesto circular si el tema es el mundo globalizado, o bien junta el índice y el pulgar y mueve la mano drásticamente de arriba a abajo si algo debe ser expresado sin ambigüedades. Lo otro que hace es tomarse con la mano derecha uno a uno los dedos de la izquierda cuando enumera argumentos, subiendo desde el meñique.
“Está preparado para debatir con ateos”, comenta un observador, “pero no con alguien a quien los asuntos de la fe le importen un pepino”. Como sea, Montes nunca da la impresión de perder la paciencia, la ecuanimidad, la línea del medio. En este sentido, sería una especie de equilibrista. Usa ese tono envolvente, inclusivo, que tantas veces hemos escuchado con el eco de las iglesias, y lo alterna con otro de súplica racional: el tono de alguien a quien le duele un poco que no logremos ver lo que para él es evidente.