Las palabras tramposas
“Necesitamos y tenemos derecho a que se nos analice con sutileza, con respeto de los matices, con inteligencia auténtica, sin guiños a una galería imaginaria”.
Triunfó la contrarrevolución, afirma Nicolás Maduro, el Presidente de la Venezuela chavista, bolivariana, y se queda muy tranquilo. Estos revolucionarios hispanoamericanos de nueva generación son grandes especialistas en maquillajes, en palabras tramposas, en explicaciones de fracasos. Si los ganadores de las elecciones parlamentarias representan a una supuesta contrarrevolución, tenemos derecho a preguntarnos en qué consiste la revolución según Hugo Chávez y de acuerdo con su fiel heredero Maduro: ¿en una inflación de tres dígitos, en el desabastecimiento y las colas, en los ataques alevosos a la libertad de expresión, en el encarcelamiento de los adversarios políticos? Si fuera así, la contrarrevolución sería el progreso, el avance a etapas mejores, a una democracia moderna, y la revolución el retroceso maquillado, el fracaso explicado por medio de la palabrería, de palabras y palabrotas, cuyo uso y abuso era un talento particular del patriarca fundador Hugo Chávez. Ahora me digo que llegué a Cuba, hace ya la friolera de casi 45 años, en la noche en que Fidel Castro explicaba por la televisión nacional el fracaso de la tan anunciada zafra azucarera de diez millones de toneladas de azúcar y prohibía, de paso, la celebración de las fiestas navideñas. ¡Qué habilidad para encubrir fracasos por medio de interminables discursos, para dictar prohibiciones inútiles, disparatadas!
La derrota del pasado político reciente, demostración de que el pueblo venezolano tiene más memoria y mejor criterio de lo que mucha gente pensaba, me lleva a mí a reconocer una Venezuela que ya temía que hubiera desaparecido para siempre: la de Uslar Pietri y Juan Liscano, la de Rafael Caldera, la del poeta Guillermo Sucre y el novelista y crítico Salvador Garmendia, la de muchos otros. Y agrego un nombre clave, el de un venezolano ilustre, de cultura excepcional, de tradición caraqueña profunda, avecindado en Chile: Andrés Bello. Amigo prudente, moderado, del fogoso Simón Bolívar, acompañante suyo más bien reticente, se podría sostener que Bello es la antípoda exacta de los Chávez y Maduro, de los Fidel Castro y Ernesto Guevara, y que su influencia, desde la sombra de los gabinetes de estudio, desde la penumbra de las bibliotecas, termina por imponerse. Por eso, a pesar de todo, contra todo, gana Mauricio Macri las elecciones de Argentina y el MUD y sus aliados, las de Venezuela. Y por eso Fidel y su camarilla, con mayor astucia, prefieren evitar las justas electorales. En Cuba se votaba con los pies, con las balsas, con lo que fuera, saliendo de Cuba, y los hechos actuales demuestran ahora que la más mínima de las aperturas, como, por ejemplo, la de ampliar el número de sillas de los “paladares”, o permitir un uso más amplio de internet o de los teléfonos móviles, tiene efectos políticos y sociales irreversibles.
La cabeza dura de Maduro, la testarudez de Cristina Fernández de Kirchner, que llega al extremo de poner dificultades a la ceremonia de transmisión de los poderes presidenciales, cosa que no hizo el general Pinochet cuando tuvo que entregarle la banda tricolor a Patricio Aylwin, demuestran, más que cualquier otra cosa, una falta de aceptación de las normas ciudadanas más elementales. No son expresiones de izquierdismo, son expresiones de incultura. Algunos analistas europeos, con obcecación parecida, insisten en explicar que ha triunfado la derecha y ha retrocedido la izquierda. Son explicaciones simplistas, derivadas del poco estudio, de la reflexión superficial, de la tendencia de algunos europeos a mirar las cosas de la llamada América Latina con ideas preconcebidas, “recibidas”, como decía Gustave Flaubert, a punta de lugares comunes. En las coaliciones que han triunfado en Venezuela y en Argentina, en las que han conseguido derrotar de un modo magistral, impresionante, al peronismo kirchnerista y al chavismo, hay componentes de izquierda, de centro y de derecha. No ha sido una derrota de la izquierda por la derecha, lo cual es una explicación fácil del fenómeno, pero inexacta. Y nosotros necesitamos y tenemos derecho a que se nos analice con sutileza, con respeto de los matices, con inteligencia auténtica, sin guiños a una galería imaginaria. El argentino Domingo Faustino Sarmiento, gran escritor, notable ensayista político, además de político en acción, le dio forma al tema de la lucha entre civilización y barbarie en Iberoamérica. El retroceso del chavismo en su versión madurista, el del peronismo en su forma kirchnerista, son retrocesos de cierta barbarie política latinoamericana. Porque los atentados contra la libertad de expresión y las libertades públicas, la aplicación torpe, indocumentada, de las ideologías a las realidades económicas son formas de barbarie contemporánea, así como la transparencia, la libertad, el manejo inteligente, no demagógico, de la economía son maneras civilizadas de gobernar, de hacer política en el sentido más amplio de la expresión. Hemos visto que eso, que parecía imposible entre nosotros, sigue siendo posible. Y por eso, y con justa razón, celebramos.