El hombre del humo
Lo primero que uno nota al observar a Claudio Orrego Larraín es que su vida parece marcada por el apuro…
Por Roberto Merino
Lo primero que uno nota al observar a Claudio Orrego Larraín es que su vida parece marcada por el apuro. Es imposible imaginarlo demorando un café y un cigarro en un boliche que encontró por casualidad. Esto se hace evidente en sus palabras algo atropelladas y en el acento de urgencia que les pone a los temas que le interesan: informática, obras públicas, orden, seguridad o brecha social. En algún momento lo metieron a un taller de dicción para que no hablara tan rápido y para que modulara mejor. Cosas de asesores.
Hay quien interpreta que Orrego está siempre en carrera presidencial, cuando no explícitamente, de un modo subterráneo, casi inconsciente, y que es prospecto de presidente desde los cinco años. Esto no sería tan extraño ya que se crió entre ministros, candidatos, ex presidentes, en general políticos de la DC amigos de su padre, Claudio Orrego Vicuña, prócer de ese partido. Quizás el apuro existencial del hijo se explica porque el padre murió muy joven, a los 42. De hecho, Orrego Larraín, al acercarse a esa edad, pensó en su propia muerte y consideró que podría irse al otro mundo en paz, con la tarea terminada.
Cuesta encontrar una frase suya que se salga del sentido común. Una vez, ante una emergencia ambiental, sugirió que la gente se privara de hacer asados por la toxicidad del humo. Le han sacado en cara con sorna estas palabras ahora, después de que declaró que el humo del incendio del vertedero Santa Marta no implicaba riesgos para la salud, lo que llevó a especialistas a poner el grito en el ahumado cielo.
Gente que lo conoce a mediana distancia lo considera demasiado beato, pero ha sido crítico de la Iglesia y de la obligatoriedad del celibato. En Peñalolén, siendo alcalde, repartió la píldora del día después. Algo de cura tiene que tener, ya que ante la ausencia de su padre se fue ahuachando, según confesó, con algunos curas del Saint George, en particular con Whelan, que influenció en su impronta de misionero. Debe ser difícil trabajar con Orrego, como sucede con todos los que ven en la vida una misión. Es hábil para formar equipos (y gestionar financiamientos), pero quien se allegue a él debe demostrar que “le brillan los ojos” y estar disponible a tiempo completo.
No sólo Whelan ha sido su mentor. En el spot de una campaña nombró a otro cuyo pensamiento o ejemplos le han resultado inspiradores. Entre ellos, Benjamín Vicuña Mackenna, su tatarabuelo, el gran intendente de Santiago, un tipo que también pasó apurado por la vida, a pasos agigantados.