Entre el progresismo y el progreso
“Hay que hacer reformas inteligentes, bien pensadas, posibles, y respetar las cosas buenas del pasado”.
Nos dicen que no hay progreso sin progresismo. Pero el problema no está ahí: el problema político y económico real, de fondo, repetido a lo largo de la historia moderna, consiste en evitar que el progresismo bien intencionado, de programa, de fuertes raíces ideológicas, se traduzca en la práctica en retrocesos de la sociedad. El punto es arduo, complejo, de implacables contradicciones, y exige tiempo, espacio, audacia intelectual, pero también prudencia.
El segundo gobierno de Bachelet se propuso llevar a la práctica reformas fundamentales, costosas, y no tuvo conciencia clara de que tendría que hacerlas en un período de recesión de la economía mundial. Avanzar sin transar, decía otro, y en los tiempos de la UP, en la embajada chilena en Francia, un antiguo senador socialista, que tenía un sentido crítico agudo, Raúl Ampuero, me dijo que ese lema se había transformado pronto en otro: avanzar sin pensar. Creo que avanzamos poco, que nuestros avances corren el serio riesgo de convertirse en retrocesos y que la costumbre de pensar se encuentra en franca decadencia en nuestros pagos.
A mí me pareció que la carta de algunos sectores democratacristianos era razonable: un esfuerzo para tomar un poco de distancia, para detenerse a pensar en medio de la vorágine política, para hacer una advertencia necesaria. Interpretarla como una especie de oscura conspiración destinada a detener todo proceso de reformas, a restaurar la hegemonía del pensamiento neoliberal puro de Milton Friedman, me parece un exceso, una vuelta a políticas muchas veces probadas, ampliamente fracasadas, de confrontación, de polarización, de delación de todos los que no están en completo acuerdo con las posiciones de uno. Es algo que nos trae malos recuerdos, que tiene una inevitable vertiente, un tufillo sectario. La historia de los siglos XIX y XX, en el mundo y entre nosotros, está llena de buenas intenciones progresistas que produjeron resultados negativos. Son paraísos buscados que se encontraron con infiernos reales.
Son casos en que la historia se burló de las teorías. Para evitar que esta burla se reproduzca es necesario pensar en forma detenida, coherente, en las reformas, y hacerlas con tiempo, con un sentido sólido de la realidad, con sumo cuidado. Octavio Paz hablaba en todos sus ensayos finales de la rigurosa exigencia de hacer la crítica de la crítica. ¿Qué era esto, qué significaba para todos nosotros? Carlos Marx y sus seguidores habían hecho la crítica de las libertades públicas y los derechos individuales derivados de la Revolución Francesa. Había sostenido que eran libertades formales y derechos de una minoría privilegiada. Las predicciones de Marx nunca se cumplieron; sus críticas fueron parciales; el capitalismo demostró una capacidad de renovación, un nivel de productividad, que Marx no se había imaginado. Octavio Paz, uno de los personajes más lúcidos del siglo XX, nos indicó que había llegado el momento de hacer la crítica de la crítica, esto es, la crítica del pensamiento crítico del marxismo. Algunos tuvieron la ingenuidad de tratar de hacerlo en Cuba, en los primeros años de la revolución, en una revista que fue suprimida sin compasión por el régimen castrista. El director de la revista, precisamente llamada Pensamiento Crítico , terminó su vida en el exilio de Madrid.
Escribo sobre bases reales, sobre experiencias trágicas del siglo XX. No formo parte de ninguna conspiración, o sólo conspiro para que miremos los intrincados temas de nuestro tiempo con mirada lúcida. La carta de los miembros de la Democracia Cristiana preocupados del progresismo sin progreso es interesante, importante. Aporta un matiz a la polémica del Chile actual que debemos estudiar y agradecer. Decir que forma parte de un intento solapado, oscuro, de combatir desde adentro al segundo gobierno de Bachelet es un verdadero exceso. Si descartamos el socialismo real, autoritario, represivo, fracasado, no tiene mucho sentido proponer que exista una sociedad con un fuerte sector público, estatal, y con un mercado estrictamente regulado. No somos Alemania, y esto tampoco existe en la Alemania real. Después del fracaso de los diversos socialismos y populismos reales, esto parece el último refugio de la teoría, y la historia espera con dientes afilados para triturarlo.
Hay que hacer reformas inteligentes, bien pensadas, posibles, y respetar las cosas buenas del pasado, vengan de donde vengan. Goethe, a propósito de su Fausto , dice que el demonio siempre se propone hacer el mal y que a menudo consigue hacer algún bien sin proponérselo. Suprimir el pasado para borrar el mal con una gruesa esponja, que algunos llaman retroexcavadora, es una de las ingenuidades gruesas del presente.