La mujer invisible
“Mucha gente ha vislumbrado en el caso de Natalia Compagnon el argumento de una película hollywoodense sobre las veleidades del poder, aquellas donde el amor, el dinero y la política se entrelazan en una estructura trágica”.
Por Roberto Merino
Mucha gente ha vislumbrado en el caso de Natalia Compagnon el argumento de una película hollywoodense sobre las veleidades del poder, aquellas donde el amor, el dinero y la política se entrelazan en una estructura trágica. Los elementos están a la mano: la niña de Puente Alto -hija de un señor que no conoció, nieta de un señor que desapareció en 1973- que a pesar de ser “rubia y facha” enamora en la universidad al hijo de una Presidenta socialista y termina formando junto a él una empresa en la que los millones se multiplican prodigiosamente. Si esta película se realizara, sería clave incluir la secuencia en la cual Natalia es atacada por una turba en Rancagua a la salida de los tribunales.
En las fotos del incidente ella parece sonreír y uno no sabe si se trata de una sonrisa nerviosa o de un gesto de máximo esfuerzo, en medio de una muchedumbre que forcejea caóticamente. En un momento le plantan una bandera en la cabeza, en otro su abogada se le tira encima para protegerla mientras una reportera de televisión literalmente le inserta el micrófono en la boca a un individuo que sepa Dios qué estaba haciendo ahí.
Otra escena importante: Natalia acodada en la baranda de una costanera de cualquier playa progre, adivinando más allá del horizonte aquel El Dorado de lo que se denomina “Asia-Pacífico”, una fuente de oportunidades comerciales cuyo encargado principal en Chile fue, por un momento, precisamente su marido, Sebastián Dávalos.
Hasta hace un año nadie había escuchado el nombre de Natalia Compagnon. El salto a las primeras planas y pantallas fue brusco cuando se destapó la olla de negociados de Caval. Ya conocemos la cadena de acusaciones fregadas que se han venido dando desde ese momento: información privilegiada, tráfico de influencias, intento de borrar evidencias, chamullos impositivos.
A veces da la impresión de que, al margen de su responsabilidad judicial, Natalia Compagnon hubiera quedado atrapada en una maraña de contradicciones: entre un sistema que promueve la ambición individual como un motor de la economía y un gobierno cuyo discurso apunta a aponerle freno al exceso de ambición, optando por la “idea fuerza” de la igualdad de oportunidades. Quizás ella intuía que cualesquiera sean los eslóganes y los escrúpulos de quien esté en el poder, siempre hay intersticios, zonas de nadie de la legislación, presentaciones estratégicas, telefonazos preferenciales y decisivos.