Boca prodigiosa
“Para ser quien es hoy, la “leyenda viva del rock” que todavía llena estadios, Mick Jagger debió pasar por varias transformaciones, obstáculos y tragos amargos” .
Por Roberto Merino
Cuando los Rolling Stones vinieron en los años noventa, a Mick Jagger ya se le consideraba un veterano, un sobreviviente de los viejos tiempos que sin embargo no había perdido una pizca de libido ni la capacidad casi gimnástica que exhibía sobre el escenario. Comentar con asombro que tenía la misma edad que el entonces Presidente Eduardo Frei pasó a ser un lugar común entre nosotros. Decían también que se renovaba la sangre y que su nariz tenía un tabique de oro.
Que vuelvan ahora -Jagger y los suyos- pareciera una especie de milagro. La foto promocional muestra a los mismos Rolling Stones de siempre, con el paso de las décadas marcado en los rostros enjutos y arrugados. No parecen en absoluto abuelos: miran a la cámara con esa actitud entre irónica y desafiante que fue desde el inicio su sello distintivo.
Para ser quien es hoy, la “leyenda viva del rock” que todavía llena estadios, Mick Jagger debió pasar por varias transformaciones, obstáculos y tragos amargos. Lo primero fue su voz. Cuando era casi un niño y ensayaba con su primera banda en su casa de Londres, sus padres se morían de la risa escuchándolo desde la pieza del lado. Los sellos discográficos aceptaban a la banda pero no al cantante. Otros encontraban que tenía una voz “demasiado de negro”, y que además desafinaba.
Lo otro es su aspecto. Particularmente los labios. Es impresionante que se haya erigido a puro ñeque como un ícono sexual del siglo XX un tipo que fue tan ridiculizado por su boca. Un cantante inglés dijo de él que era puro labios y orejas, como el muñeco de un ventrílocuo. Uno de sus amigos solía molestarlo diciendo que cuando Jagger era niño y su madre tenía que entrar a una tienda donde no se aceptaban niños, lo dejaba pegado a la vitrina usando sus labios como chupón.
En ese sentido comparte con Brigitte Bardot la estructura de vida del patito feo. Fue el primer andrógino que osó subrayar una masculinidad seductora con movimientos sinuosos, a veces enloquecidos, pero con cierta frialdad distante. Impuso a las multitudes su boca como un fetiche de vitalidad agresiva y convirtió su desafinación en una virtud que hoy a nadie se le ocurriría recusar.