La prudencia y el respeto
Todos aspiramos en el complicado Chile de hoy a dirigir desde nuestras tribunas, nuestras cátedras, nuestras alturas, una mirada inquisitorial a todo el cotarro. ¡Que Dios nos libre!
No me entendí bien con José Miguel Insulza cuando él, en la década de los noventa, era ministro de Relaciones Exteriores y yo embajador de Chile ante la Unesco. La visión dominante en la administración chilena frente a ese organismo de Naciones Unidas era más bien desdeñosa, crítica, de poco entusiasmo. La acción unesquiana en el panorama internacional no era verdaderamente eficiente. La necesidad de tener una embajada chilena ante la Unesco, separada de la misión en Francia, no era fácil de defender. Sin embargo, la Unesco era la única entidad multilateral donde se podía debatir sobre los grandes temas de la cultura, la educación, la ciencia, la comunicación. Todos pensábamos que era una organización defectuosa, pero que si no hubiera existido, habría sido necesario inventarla.
Lo anterior, claro está, ya es historia antigua, y uno siempre termina por entender que hay razones parciales en los lados más diversos. Salvo que uno se quede sin entender nada, lo cual es bastante corriente y frecuente. El ex ministro Insulza se ha referido hace poco en forma amable, civilizada, a un adversario político suyo y de su partido, Pablo Longueira, mencionando conversaciones que tuvo con él, en su momento, y que ayudaron a consolidar el retorno de la democracia en Chile. Pues bien, ha dicho estas cosas y ha provocado reacciones de un rencor, de una politiquería barata, de una rabia disimulada, francamente insólitas. Insulza acaba de publicar ahora un texto sobre la prudencia y el respeto que deben predominar en la vida política. Quiero declarar, por mi lado, sin la menor ambigüedad, que estoy enteramente de acuerdo. Nos encontramos en una etapa de singular aspereza de la vida chilena, de visiones y arrestos ideológicos o seudoideológicos primarios. Parece que nos va a costar mucho salir de estos pantanos. Pero creo que se empiezan a conocer reflexiones interesantes, que van en sentido contrario de estas corrientes oscuras, confusas. En un tiempo más habrá textos de antología que nos permitirán conocer a fondo esta época de confusión, de desorientación esencial, y conviene empezar a recopilarlos. “Para memoria en lo futuro”, como decía el Caballero de la Triste Figura, don Quijote de la Mancha.
Conozco muy poco a José Miguel Insulza y no conozco casi nada a Pablo Longueira, pero he tratado a lo largo de mi vida de ser un observador imparcial, desprejuiciado y desinteresado. Cuando trabajé de embajador en París, trabajo que algunos amigos más bien incautos me envidiaban, observé de cerca a numerosos políticos, parlamentarios, miembros de las diversas instituciones y poderes de nuestra república, que viajaban sin cesar a Francia en misiones oficiales, o que viajaban a Rusia, a la India, a Indonesia o Singapur, y paraban un rato para echarle una mirada a la bella y legendaria Lutecia. Una autoridad importante se detuvo durante pocas horas en el aeropuerto Charles de Gaulle, a más de una hora de París, y me pidió el automóvil de la embajada para dar una vuelta por los Campos Elíseos y los alrededores de la Torre Eiffel. Debo aclarar que tenía un solo automóvil y un chofer de nacionalidad francesa que sólo trabajaba siete horas diarias cinco días a la semana, de acuerdo con las leyes sociales de su país. Pero había que ir a dos aeropuertos por día, separados por ochenta kilómetros de distancia, y a la misma hora. De otro modo, los representantes de nuestro pueblo se molestaban.
Uno de los que pasaron por París fue Pablo Longueira, ministro en aquellos días, y su actitud me llamó la atención. No pidió alojamiento, transporte, ayuda particular de ninguna clase. Tenía una agenda apretada, estudiada, interesante, productiva para nuestro país, y la cumplió en forma rigurosa. Agrego un detalle revelador: la mayoría de los chilenos de mediana cultura que llegan a Francia pretenden y tratan de hacer creer que hablan francés. Longueira, a quien acompañé a una visita importante, analizó los temas y pidió que hubiera un intérprete. No hablaba menos francés que otros, pero conocía sus límites y actuaba de manera consecuente. Escuchó con atención, se hizo repetir algunas cosas, preguntó en forma atinada, y el resultado fue una entrevista útil, valiosa para el desarrollo futuro de Chile. No digo más y no digo menos. La idea previa de no saberlo todo, de hacerse repetir algunas respuestas, de formular nuevas preguntas, revela, precisamente, un acercamiento de estadista, no de palurdo, a las cosas serias. No me cabe duda de que José Miguel Insulza, en sus tratos políticos con el personaje, entendió este aspecto de su carácter, y tuvo en estos días la audacia de decirlo.
Ahora bien, parece que Longueira, en cuestiones de financiamiento de la política, ha tenido acciones discutibles o censurables. Él mismo explicó, en un texto que ya pertenece a mi futura antología, que el cambio desde la época reciente, en que la actividad política se financiaba de cualquier manera, y la financiación legislada, transparente, a la que tratamos de llegar, es de una intrincada dificultad. Pero todos aspiramos en el complicado Chile de hoy a ser catones, a juzgar de antemano y por nuestra propia cuenta, a dirigir desde nuestras tribunas, nuestras cátedras, nuestras alturas, una mirada inquisitorial a todo el cotarro. ¡Que Dios nos libre! Le hemos tomado un gusto malsano al linchamiento, y sobre todo al linchamiento mediático, y por ahí nos extraviamos. Michel de Montaigne, en una época de guerras religiosas incendiarias, predicaba la prudencia y el respeto de las ideas ajenas. Si José Miguel Insulza, en el atribulado Chile de estos tiempos, ha llegado a conclusiones parecidas, equilibradas y civilizadas, en contraste con nuestros censores, con nuestros catones de pacotilla, no puedo reprochárselo.