Necesitamos revisar con urgencia la relación entre el Estado de Chile y los pueblos originarios o seguiremos empantanados en una situación en que todos resultamos perdedores. Si continuamos refiriéndonos a los miembros de las etnias como violentos, borrachos, flojos y ladrones, será difícil cambiar la mirada de la sociedad sobre los pueblos que habitaban nuestros territorios antes de la llegada de los españoles.

Ximena Abogabir es periodista de la Universidad de Chile y especialista en participación ciudadana, resolución de conflictos y convivencia sustentable. Fundó la ONG Casa de la Paz en 1983 y es Fellow de Ashoka desde 1995. Fue integrante del Panel Externo de Revisión del Acceso a la Información del BID. Además ha participado en espacios nacionales e internacionales sobre involucramiento de las empresas con las comunidades y cambio cultural.
Necesitamos revisar con urgencia la relación entre el Estado de Chile y los pueblos originarios, o seguiremos empantanados en una situación en que todos resultamos perdedores.
Los indígenas fueron despojados con violencia por el Estado chileno de sus mejores tierras, siendo entregadas a colonos que se enteraron después de que el paraíso al que habían sido invitados tenía dueño y que no descansarían hasta recuperarlo. Dado que su cultura y espiritualidad están tan vinculadas a la tierra, otro lugar no da lo mismo. Como tampoco les resulta aceptable recibir la tierra pero no su agua ni su subsuelo, para ellos es parte indisoluble del todo: la Pacha Mama venerada.
Se necesita una institucionalidad mucho más potente que la actual: un Ministerio de Asuntos Indígenas, cupos en el Parlamento, reconocimiento constitucional de Chile como un país pluriétnico, para abrir posibilidades de pertinencia cultural en educación, salud y, en ciertos casos, a sus ancestrales sistemas de justicia.
Sin embargo, desde mi punto de vista, es poco probable que Chile resuelva por vía normativa un tema que requiere ser instalado en la cultura nacional. Mientras continuemos refiriéndonos a los miembros de las etnias como violentos, borrachos, flojos y ladrones, será difícil cambiar la mirada de la sociedad sobre los pueblos que habitaban el territorio antes de la llegada de los españoles. La invitación es a los canales de televisión a generar empatía, nuevamente, con los horrores y los errores del pasado, y para que el “NUNCA MÁS” se instale para siempre en la relación con los pueblos indígenas.
Una nueva relación
Existe mucha documentación sobre el despojo, la violencia, el ninguneo, el atropello a la dignidad de estos pueblos. Hoy, necesitamos abrirnos a una forma diferente de relación y organización para que la convivencia implique ganancias mutuas. Para avanzar necesitamos cambiar la mirada: desde los ojos de la desconfianza a la empatía.
Además de la justicia y los beneficios de vivir en paz, surgen otras oportunidades: expertos en turismo aseguran que la cultura indígena es el principal atractivo del país. También es una posibilidad de co-construir como lo hizo Nueva Zelanda con la riqueza intercultural que se respira desde que se pisa el aeropuerto, seduciendo al extranjero con su magia.
Mientras el inevitable cambio cultural se despliega –en consonancia con la globalización– es de sentido común avanzar en esta relación a través del diálogo sincero y la empatía. De esta forma fue como el alcalde de Galvarino declaró bilingüe (mapudungún y español) a la comuna, y así mismo se han realizado 40 consultas indígenas.
Aparecen luces cuando se demuestra que es es posible llegar a resultados mutuamente aceptables si la base social se construye con profesionales de la etnia, se diseñan en conjunto proyectos de inversión que contemplen medidas de mitigación con las respectivas compensaciones.
Mayoritariamente, la ciudadanía no está por el status quo: cada sector aspira a un modelo de desarrollo pertinente a sus aspiraciones culturales. Se rechaza que algunos pocos se enriquezcan traspasando sus impactos a muchos. La prueba de fuego de los grandes proyectos de inversión es su capacidad de potenciar proyectos a escala humana incluyendo la participación de las comunidades indígenas en sus beneficios. El consejo es abandonar el asistencialismo y pactar una relación de socios.
¿Buenos y Malos?
La escena del camión incendiado o las Fuerzas Especiales “resguardando el orden” ya no horrorizan a los chilenos. No es en el campo de batalla donde vamos a encontrar la fórmula para conseguir la paz. La clave está en elevar la mirada para entender qué estamos disputando y por qué nos hemos peleado desde hace tanto tiempo, generando heridas históricas que olvidarlas equivale a traición.
Necesitamos resolver esta situación no para que gane un bando, sino que para ser autocríticos y dejar de ver sólo lo que los otros hicieron mal. Para esto es preciso abandonar la idea de “los buenos contra los malos” para descubrir juntos las oportunidades que surgen de una sana convivencia entre iguales, pero diversos. Mal que mal, habitamos el mismo territorio y tenemos un destino común, por lo que no nos queda alternativa más que remar juntos hacia un destino de buena convivencia.